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Del amor al odio: así fue la relación entre la Princesa Diana y la reina Isabel

Existe un lado que pocos conocen de la relación entre la princesa Diana y la reina Isabel, cuando ambas vivían en el palacio real

La princesa Diana pasó de ser la favorita de la reina Isabel II de Inglaterra a la gran decepción y «enemiga» de la Corona. Por mucho que lo disimulara a través del protocolo, Isabel II siempre se mostró distante e incluso renuente ante su propia nuera.

El carisma de Diana y su popularidad, quizá fueron detonantes de celo en la reina, además de que esta rompía constantemente con las normas de la realeza. El «odio» llegó a tal grado que Isabel estaba negada a dar el pésame ante sus súbditos, tras la muerte de la princesa y no fue hasta que su propio hijo, el príncipe Carlos, la obligó a hacerlo, tras un fuerte enfrentamiento, presionado por el primer ministro, Tony Blair.

La nuera perfecta

Cuando Diana Spencer comenzó a abarcar los titulares como «la novia del príncipe», reina sentía gran simpatía y cariño por ella pues su abuela, Ruth Fermoy, era dama de honor de la reina madre Elizabeth, además de que los Spencer tenían el prestigio de familia aristócrata.

Isabel II también odiaba a Camilla Parker, en especial porque quería evitar cualquier tipo de escándalo provocado por la relación que tenía con Carlos además, veía en Diana como la perfecta madre de los herederos al trono.

La bienvenida a Diana a la familia real fue un éxito, salvo por la hermana de la reina, quien la consideraba «una tonta» y se intensificó a la par del affair de Carlos y Camilla. Por un tiempo, Isabel y su esposo, Felipe, eran los mejores aliados de la princesa.

 

Amor de madre

La reina llegó a ser una especie de madre protectora con Diana y en diversas ocasiones compartió conversaciones privadas con ella. Aunque no estaba acostumbrada a mostrar gran emotividad, de vez en cuando la reina abrazaba a Diana si esta lloraba desconsoladamente.

Ella desconocía los problemas emocionales y físicos de Diana pues pensaba que todo se debía a problemas de su niñez y el trauma del abandono de su madre lo cual provocaba cierta compasión en la reina.

La reina se enteraba de todo lo que Diana hacía, incluyendo las llamadas telefónicas que hacía a sus amigos o del coqueteo con otros hombres, incluyendo con el futbolista Will Carling. Sin embargo, le perdonó todo, incluso cuando las cosas iban mal con Carlo y este pidió retirar todos los servicios a Diana, fue la reina quien lo prohibió.

Con el divorcio en puerta, en 1992, el nombre de Diana ya no figuraba en las plegarias oficiales que diariamente se recitaban en el palacio, deseando salud para todos los miembros de la Familia Real, menos para Diana.

Por supuesto que todo terminó por derrumbarse cuando Diana hizo su sentir público, en televisión, y calificó su matrimonio como «un matrimonio de tres». La reina no toleró esto y mientras que la opinión pública se puso siempre de parte de Diana, ésta calló ante la conducta inmoral de su hijo pero reprobó la de su nuera.

 

La declaración de guerra

Cuando Diana grabó la entrevista con el periodista Martin Bechir, para la BBC, la reina se sintió traicionada al máximo en cuando ésta confesó sus amores con el militar James Hewitt y cuando habló sin pudor sobre el adulterio de Carlos. La princesa además se atrevió a declarar que este no estaba capacitado para ser rey y que ella quería ser reina, pero de los corazones del pueblo.

Aquello fue el final de la relación entre ellas pues para la reina, había sudo una especie de traición al cariño que siempre le tuvo a Diana.

La confesión de la princesa llevó a la soberana a obligar a Carlos a divorciarse y acabar de una vez por todas con los espectáculos públicos que estaban haciendo. Por supuesto, Isabel no era la única que consideraba a Diana una traidora, pues el príncipe Felipe, decía que ella «había dañado la imagen de la monarquía».

De la noche a la mañana, todo el afecto que la familia real sentía por Diana se convirtió en resentimiento y rotundo rechazo.

Humillaciones reales 

Diana tuvo que renunciar a su título de princesa real, una gran humillación ante la corona; aunque conservó los de condesa y duquesa de menor rango. Otras humillaciones que incluía su despojo era el no poder usar las joyas que le habían regalado durante su matrimonio y que además, tenían que ser devueltas a su muerte.

La noche del fatal accidente, el 31 de agosto de 1997, Carlos despertó en plena madrugada a a la reina para informarle de lo sucedido sin embargo, comunicó que el nombre de la fallecida no debería ser pronunciado bajo ningún pretexto. La noticia corrió rápido por todo el país y en cuestión de horas, la multitud se plantó frente a las puertas del Palacio de Buckingham para dejar flores, veladoras y cartas de colores, ante la terrible pérdida. El pueblo británico estaba en espera de la aparición pública de Isabel para que manifestara su dolor.

Transcurrieron cinco días desde la muerte de Diana hasta que el príncipe Carlos se hartó de la desidia de su madre, al grado de enfrentarla por primera vez en su vida, amenazándola con marcharse del palacio con sus dos hijos. Fue así, como la Familia Real llevó a cabo la ceremonia fúnebre en la abadía de Westminster.

La reina se vio obligada a pronunciar un discurso de dolor que no sentía.

«Diana era un ser humano excepcional, lleno de talento. Yo la admiraba y respetaba por su energía y compromiso con los demás, y especialmente por su devoción a sus dos hijos. Nadie que conociera a Diana la olvidará jamás. Será recordada por millones que nunca la vieron personalmente pero tenían la sensación de conocerla. Yo, por mi parte, creo que podemos aprender nuevas lecciones de su vida y de la extraordinaria y conmovedora reacción ante su muerte».

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