Kate Perry abandona su rubio natural y lo cambia por uno rosado y Emma Watson abandona su corte pixie para lograr una melena. Lo segundo apareció ayer, pero el resfrío me atrapó y me mandaron a casa. El asunto es este, mientras me preocupa un poco la salud capilar de la cantante, que ha teñido su pelo un poco rápido. Hace nada estaba morena, luego rubia y ahora rosa, recuerdo que estuve en ambas veredas algunas vez. O sea, no se vaya a quedar pelada como Lady Gaga.
Espero que no le pase eso a Katy Perry, y que además de que no se le caiga, no se le ponga tan feo; y en realidad, supongo que tiene a su disposición los mejores peluqueros y los mejores productos para evitarlo. Y ojalá Emma también pueda lograr el largo que desea. Verán, es que como muchas de ustedes, he estado en las dos veredas.
El pelo dócil y de un color bonito no eran suficientes para una adolescente que lo único que quería era un poco de popularidad. Una plancha ordinaria metálica, sí, nada de cerámicas ni turmalinas ni iones ni nada de esas cosas raras que existen ahora. ¿El resultado? Un pelo largo pero quemado. Lo rematé con una tintura semi-permanente en un tono rojizo, que duró un peo en un canasto y que tuve que solucionar con una melena a los hombros que mantuve por todos los años que duró la universidad, y de la cual no quiero encontrar no guardo registros fotográficos.
Un quiebre amoroso, el peluquero me pilla volando bajo y le digo que sí, que le dé no más con los reflejos rubios. Me salen caros y me quedan bonitos, pero a los dos meses parecía medusa con gusanos blancos. Una nueva visita y la solución no es teñir los mismos cabellos sino tomar otros y volverlos a decolorar. Más rucia, otro par de meses y a la vuelta de un viaje decido que quiero ser colorina.
Sin preguntarle a nadie, vuelvo al mismo peluquero (a veces una nunca aprende) quien decolora mis castaños y se aplica con un rojo “natural”. Las lucas escasean y entonces, durante ese año teñí caseramente mi melena que se alargaba, cada dos semanas por la histeria de la raíz que más bien era sombra. ¿El resultado? Mi otrora pelo de comercial ahora no es más que un pelo de muñeca: ignorante en temas de protectores de calor, champús específicos, acondicionadores ídem, cremas de tratamiento y la regla de oro que o planchas o tiñes, el resultado salta a la vista junto con la determinación de dejarlo descansar.
Una raíz espantosa, otro viaje esta vez con otras aguas, terminan por decretar la muerte irremediable de mi cabello. Reúno valor y le digo a mi peluquero “deshazte del cadáver” a.k.a córtalo corto, tan corto que no pudiera asirlo con mis dedos. Aún no era lo que ahora conocemos por pixie así que las raíces no tardaron en hacerse más notorias, así que una segunda visita determinó mi cabeza como la de un niño.
Ser capaz de cortar tu pelo al extremo porque lo que le hiciste lo dañó; mantener tu feminidad aunque al girar tu cabeza nada se mueve, caminar por la calle y que todos te miren como si fueras un extraterrestre en este país en que pocas mujeres logramos desprendernos de nuestra cabellera. Ese es el corte verdadero.
Pero luego venía lo más difícil: la reconstrucción. Puede parecer banal asociar la evolución personal-psicológica-emocional de una persona a través de la historia de su pelo: pero todas las mujeres sabemos que no es al azar lo que ocurre en nuestras cabezas- dentro y fuera de ellas- y que una linealidad otorgada por un elemento externo (en este caso, tu pelo) puede ayudarte bastante a darte cuenta para dónde va tu micro.
Aguantar cortar tu pelo aunque se ponga redondo, aunque se meta en tus ojos, narices y boca. Domarlo con pinches porque no quieres dañarlo más con la plancha, amenazar al peluquero con la infamia si es que corta más de lo que pides, usar un pinchecito ridículo para quitar la chasquilla que en realidad nunca te quedó bien.
Dejarse crecer el pelo es una soberana mierda, debo decirlo con todas sus letras. No me arrepiento de haberlo cortado, y aunque quizá me arrepiento un poco de haberlo teñido, si no hubiera sido así probablemente nunca hubiera logrado sentir mi cabeza con mis manos; nunca hubiera logrado sentir mi cabeza con mi corazón.
¿Cuál es la historia de tu pelo?¿Cuál es tu historia?