Las opiniones sobre los transgénicos se cruzan, y defensores de una y otra postura se lanzan dardos envenenados. Es un buen momento para dar un paso atrás y tomar perspectiva.
– ¿Qué narices es un transgénico?
No es más que una estructura a la que se introduce un gen que no tiene. El proceso biotecnológico al detalle está perfectamente descrito aquí (y más sobre qué implica la introducción de genes “foráneos” en los alimentos, aquí). La idea es conseguir que el gen insertado exprese una proteína (esto es lo que hacen los genes) que le dé a la planta que estamos modificando unas características deseadas, como por ejemplo, ser más resistente a la sequía, resistir parásitos sin la necesidad de utilizar pesticidas o incorporar nutrientes para el ser humano. Esto, que se hace ahora mediante ingeniería genética, se lleva realizando desde que el hombre se hizo sedentario. La selección de plantas y los cruces de especies agrícolas buscando los mejores resultados en la siguiente cosecha son el primer paso del ser humano para controlar la genética de las plantas que cultiva. Estas técnicas (junto a la conservación de alimentos) son las que han permitido la supervivencia de la humanidad, al aumentar la producción (y reserva) de alimentos de manera exponencial.
– ¿Y dónde está entonces el problema?
El primer transgénico fue una patente de Monsanto, empresa que no goza de buena reputación entre los ecologistas. A partir de ahí, se ha demonizado todo lo relacionado con los transgénicos, ignorando que los Organismos Modificados Genéticamente (OMG) pasan pruebas de biopeligrosidad antes de su comercialización (regulada por normativa) tanto para su manejo y transporte como en efectos sobre la biodiversidad y repercusión en salud humana. Se sigue un acuerdo mediante el que se asegura que a los países se les proporciona la información necesaria para tomar decisiones informadas antes de importar cualquiera de estos OMG. No se trata de decisiones estrictamente económicas, hay muchos organismos y científicos implicados en que se cumplan unas directrices de seguridad. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) mantiene una regulación precisa que sigue la evaluación del riesgo. La ciencia no encuentra ningún efecto perjudicial en salud ni en el medio ambiente, y no es por falta de medios. La misma ciencia que ha conseguido llegar a la ingeniería genética no encuentra nada en contra de los transgénicos, y mucho a favor.
Por ejemplo: ¿qué hacemos para dar de comer a tanta gente en un mundo en el que casi 98 millones de personas viven “excepcionales condiciones de sequía”? Investigamos: aumentamos nuestro potencial sin mermar la calidad de vida ni las condiciones del planeta. Una de las estrategias contra el hambre es conseguir que los cultivos crezcan mejor con menos agua. Ojalá lo consigamos.
Otro ejemplo: entorno a 500.000 niños se quedan ciegos al año por falta de vitamina A. Se evitaría con el famoso arroz dorado, que incorpora caroteno. Sus creadores cedieron los derechos de propiedad para poder destinarlo a labores humanitarias, y su utilización ha sido paralizada por las protestas de grupos ecologistas.
Los OMG son un método más de sostenibilidad en la utilización de recursos: disminuyen la cantidad de plaguicidas, sustituyen herbicidas de alto impacto ambiental, favorecen la agricultura de conservación, disminuyen el consumo de combustibles y emisión de CO2, disminuyen la tierra cultivada (pudiendo así aprovecharse ésta con otros fines), y proporcionan beneficios económicos tanto a las empresas biotecnológicas como a pequeños y grandes agricultores, por la disminución de gastos de producción (más, aquí).
Un último apunte: en todo caso “los OMG” no son malos. Si la ciencia encontrase que uno de ellos no es adecuado, se eliminará o modificará hasta que sea seguro, pero demonizar absolutamente todas las variedades de OMG es como decir que toda la medicina es peligrosa porque un día dieran talidomida a las embarazadas: NO, la medicina salva vidas, aunque en el desarrollo de la ciencia algunas cosas se hayan hecho mal. En cuanto se sospecha que algo no va bien la ciencia se autocorrige, y en esos mismos términos debemos hablar de los OMG. Los controles de seguridad hoy ya son muy estrictos porque la ciencia se ha desarrollado hasta límites que hace unos años no podíamos ni imaginar, y las barreras que ha de superar un OMG para llegar al mercado son inimaginables. Esta es también una de las razones por las que los OMG están casi restringidos a producción por multinacionales: la búsqueda continua de seguridad provocada por el recelo de grupos ecologistas ha propiciado que superar los controles y estudios de biopeligrosidad sea tremendamente caro, por lo que queda supeditado a empresas con alta capacidad económica, eliminando del juego a pequeñas y medianas empresas de biotecnología. De los recortes en investigación pública con esta crisis, mejor ni hablamos.
Este post ha sido posible gracias a la colaboración de Txema Campillo.