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#Análisis: los looks de Melania e Ivanka Trump muestran cómo la moda perdió toda su credibilidad

Más allá de los memes y asociaciones superficiales, los looks de la posesión de Trump muestran el declive de una industria desconectada de la realidad.

Que la moda es un circo ya lo decía Suzy Menkes desde 2013, en aquella famosa columna contra los bloggers, recién llegados (quién diría que luego sería ‘Editora Digital’ tomando fotos de tía envía Piolines en WhatsApp’), pero nada como el circo que hicieron Anna Wintour, Michael Kors y otros diseñadores protegidos suyos en las calles de Nueva York para invitar a votar por Kamala Harris.

Spoiler: salió mal. Porque así como pasó con el endorsement de Hollywood y las estrellas que la ex vicepresidenta convocó en su campaña y que tuvieron tanto efecto como un helado tratando de congelar el Sahara, todo el bombo que puso la industria de moda estadounidense para votar por la demócrata quedó igual. En ceros.

Sencillamente, porque el votante medio de Trump (y aquellos que ya son bastante conservadores aún sin él ) los vieron tan alineados a esa industria hegemónica que tanto se empeñaron a derrumbar por sus valores “inclusivos”: sí, todo tenía que ser diverso, inclusivo, disruptivo, pero solo para venderlo, así fuese una pose absolutamente.

Y como no vendieron, o que se lo digan a Disney para comenzar, las grandes corporaciones comenzaron a deshacerse de esos valores de inmediato (Amazon quitó sus políticas de DEI, Zuckerberg ahora quiere ser “uno de los chicos” y Wal-Mart y Mcdonald’s van por el mismo camino, para comenzar) y claramente, una industria que defiende todos estos valores y que poco ha hecho por sus pésimas prácticas laborales, por la verdadera inclusión de mercados y por una representación que vaya más allá de la condescendencia no es un faro justamente para marcar el uso de la moda, que más allá de este círculo, es reflejo de un sentimiento cultural que no han sabido interpretar.

Y qué bien se reflejó eso en la posesión de Trump, con Melania e Ivanka a la cabeza.

No es por el beso: it’s the economy, stupid

La gran y popular frase (“es la economía, estúpido”), aplicaría en un look, en el caso de Melania, hecho para forjar varios mensajes políticos y económicos y que van más allá de evitar el beso de tu despreciable “sugar baby”. Trump ganó basado en un discurso proteccionista y nacionalista. Que su esposa use a un diseñador desconocido (al estilo de Michelle Obama) muestra un refuerzo a este mensaje. Uno que también incluye, cómo no, aranceles a las importaciones para reforzar esa producción nacional. Ahora bien, habrá que ver cómo Melania cambia ese mensaje o si como Ivanka, quien vistió Dior tanto en la ceremonia como en el baile, lo alternará con moda europea.

Pero esas siluetas, tanto la suya como la de su hijastra, y las marcas que usan, también tienen otros subtextos: uno, tienen un momento cultural tan propicio para instaurar un esplendor del pasado que se alínea con los valores tradicionales que las corrientes neoconservadoras y sus influencers promulgan en redes.

No es de gratis que colores como el Mocca de Pantone, las tradwives y corrientes como la old money fluctúen como expresiones sartoriales de esta vuelta al tradicionalismo.

Dos, no serán ‘old money’ pero pueden transmitir un estilo tan aspiracional precisamente en este momento donde a diferencia de sus contrapartes demócratas, no se les cuestionará por el origen de sus vestidos de marca.

Esto, porque ya son ricas, porque sus valores van asociados al ‘capitalismo’, en aquella ‘lógica’ de que los ‘socialistas’ deben ser todos como Pepe Mujica, para comenzar, y porque hay una lectura política tan dicotómica, tan asociada también al antifeminismo, donde se muestra a las mujeres conservadoras más ‘elegantes’, que sus contrapartes ‘pelipintadas de axila peluda’, como se reitera en las narrativas de las redes actuales.

Incluso llegaron, en 2016, a comparar a Melania con Michelle Obama, haciendo memes racistas de la segunda, mientras a la otra la mostraban como ideal femenino por excelencia.

Además, Ivanka ya había sentado las bases desde su paso por ‘El Aprendiz’: les vendía a las millennials blancas, en ese entonces veinteañeras recién ingresadas al mercado laboral, todo su estilo de vida, con vestidos abajo de la rodilla, en colores y siluetas limpias a través de su marca. Claro, luego de una gestión tan cuestionada y desastrosa, más en la era del Me Too (donde hubo una resistencia feroz culturalmente a los valores que ella y su padre encarnan), todo se vino abajo, incluso su poder mediático. Pero esta vez, en una época donde hay aprobación institucional y política para irse hacia el tradicionalismo más extremo, esta aspiración no será cuestionada: antes, será celebrada.

Ahora, ¿qué pasará con una industria de moda que se negaba a vestir a los Trump? Pues la plata manda.

A la industria de la moda nunca le importó ser woke

Karl Lagerfeld, el prototipo de diseñador misógino, gordofóbico y clasista, salió hace 11 años con una pasarela ‘feminista’, como el buen pronosticador del futuro que era. Luego al ganar Trump, Maria Grazia Chiuri, quien comenzaba en Dior, sacaba la camiseta ‘Todos debemos ser feministas’. Esos gestos, más los de portadas y modelos hacían que muchos se dijeran que la industria de la moda por fin se estaba ajustando a los deseos de las voces que clamaban por una apertura, descentralización y descolonización.

Flash news: esto nunca pasó. Tal y como se ha visto en los últimos cinco años, todos estos gestos han sido más que todo poses, el circo que Wintour hizo en la calle. Para comenzar, si se habla del mercado plus size, faltan marcas, y las marcas que ponen a modelos como Paloma Elsesser solo hacen prendas para ella en esa pasarela.

Y faltan modelos. Ni qué decir de las acusaciones de racismo y los despidos de Condé Nast. O sus evidentes muestras de colonialismo, como lo que hizo José Forteza, editor senior de Vogue, en el Perú. O la evidente vuelta de una silueta como la de la Y2K en plena era del Ozempic. Ya no hay nada qué ocultar. La inclusión se usó en un momento cultural e histórico del tiempo para vender. Y ya no vendió más.

Quizás es por eso que Oscar de la Renta (que siempre fue más allá de estas dicotomías) viste a Usha Vance. Quizás es por eso que hay diseñadores americanos que afirman que sí vestirían a Melania Trump, tal y como lo señala Vogue Business.

Quizás es por eso que si bien hubo diseñadores (nada famosos) criticados por esa hegemonía de moda por apoyar a Trump, ahora verán en estos años cómo las marcas tienen que someterse a un mercado que ya no está interesado en ello: menos cuando las ventas están como están.

Y marcas que son cuestionadas también como el lujo mismo: ¿a quién le importa la Birkin original cuando todo el mundo comenta la de Wal-Mart? ¿Cuando los compradores chinos ya no son tantos por políticas de estado, por la economía y porque esos compradores ya despuntan en Medio Oriente, India y Latinoamérica, lugares donde también desarrollan sus propios conceptos de lujo?

Por supuesto, lo que importa es vender. A la moda, tal y como le pasó al entretenimiento y al retail, le importa la justicia social mientras tenga los bolsillos llenos y tal no es el caso. Ya se verá quiénes vestirán a Melania en los próximos años y si la moda alguna vez recuperará ese cultural endorsement que ostentó en los 2010 y que hoy es cosa del pasado.

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