Ayer pensé en la increíble la facilidad con la que una persona nos puede hacer perder el equilibrio, hacer que todas esas horas de meditación, coco-wash diario para ser una persona “ZEN” se vayan a la basura (suena algo radical, pero así parece). Esto después de que a la señorita del mostrador de una tienda se le ocurrió gritarme frente a la fila entera después de alegar un problema que ella debía solucionarme. Se desesperó, no lo supo manejar y así perdió el control.
Yo también lo perdí porque no soporté que me gritara, mucho menos frente a la gente, mucho menos por algo que ella debía resolver.
Para solucionar un conflicto, siempre debe caber prudencia en una de las dos partes. Es difícil mantenerse en control porque en ese momento lo único que quieres es que la otra persona sepa que estás enojada, molesta, incómoda y no hay manera de que entiendas que el otro también está igual.
En ese instante no importa nada ni nadie más que tú. Tu mente siente esta necesidad de convertirse en víctima para que no tengas que esforzarte en encontrar una solución, y cuando sabes que tú tienes la razón, es peor.
Uno cree que siempre está en absoluto control, haciendo esos ejercicios de los que tanto les platico que para equilibrar nuestro cuerpo, alinear los chakras y esas cosas. Pero esta es una de las miles de pruebas que nos pone el Universo para decir “a ver si como roncas duermes”, que es algo así como “a ver si es cierto todo lo que escribes en tus artículos, María”.
Así somos los humanos, nos contradecimos constantemente. Un día tenemos todo en armonía y al otro ya estamos haciendo un coraje o berrinche por la cosa más absurda con las personas menos importantes.
Cuando la chica del mostrador me gritó, me tomó por sorpresa y no supe qué hacer, mi lado reactivo estaba algo dormido porque llevo trabajando en la onda pacifista unos meses, pero últimamente las cosas me alteran muy fácil.
Es como el examen final; después de que estudiaste días enteros y crees que dominas todo el tema, viene la prueba final en donde se sabrá qué tan bien preparada estás o si te falta estudiar un poquito más. En este punto yo ya no sé si me hace falta prepararme más o simplemente aceptar que, por más yoga y meditación que practique, las emociones llegan sin avisar y dejarlas fluir.
Aplaudo que he mejorado. Haber sido la prudente es un gran paso si pienso que en otro momento de mi vida en el pasado, a esta persona le hubiera contestado con un grito dos veces más fuerte o algo peor. Entonces quizá no puedo decir que estoy en perfecto control sobre mí, sin embargo hay avances. ¡Bravo!
Al final, no quiero decirles que nada de lo que les he dicho antes funciona, ¡al contrario! Creo que gran parte de poder controlarme ha sido porque estoy trabajando en eso conscientemente. Mantenerse en control no es nada fácil, es un ejercicio mental sumamente fuerte y hasta desgastante. El chiste es encontrar dónde está el verdadero problema: en tu ego, en tu orgullo, en tu debilidad de carácter o en tu falta de dominio emocional. ¿Lo identificas?