A veces me siento abrumada por esta imagen de la súper mujer que se impone como aspiración para todas, más allá del físico: la mujer sin vicios, la optimista, de una seguridad brutal, la que camina con tesón sobre tacones, la saludable, la que sonríe angelicalmente, que está en paz con la realidad y tiene por meta la felicidad. Si no posees algunas esas cualidades (y otras) estás lejos de considerarte ejemplar.
Empecemos por reconocer que también se puede ser un imbécil y poseer gran seguridad en sí mismo, que perseguir la felicidad puede ser otra banalidad como la de querer ser la mujer con las uñas más largas del mundo, que ser extrovertida puede traer más problemas que oportunidades sino actúas con inteligencia.
Virtudes tenemos todos, talentos y bravo por todo aquello que le es agradable a los demás. Pero ahora me detengo ante mis defectos, que escucho decir que estorban, pero si me los quito dejaría de ser. Porque lo realmente ejemplar es la imperfección.
Este afán de polarizar el éxito, la satisfacción y lo digno, recae disminuyendo a la mujer insegura a la que el mundo descubre en el rincón donde se esconde, a la de bajo perfil, a la que no sonríe porque se concentra en la realidad detrás de las fotos y de la construcción de la identidad en las redes sociales, la que no se maquilla y es después menos atractiva, está la que sufre anorgasmia y debe considerarse incompleta por tener puntuación cero en el record del placer sexual, está la fumadora que puede convivir tranquilamente con recortar su salud y sus años de vida, la que escribe y es reprochada por un silencio que espera sea apreciado.
Podría concluir que virtudes y defectos pueden reivindicarse y así tener virtudes negativas y defectos positivos; lo anterior es una tontería, por supuesto. En lo que sí nos equivocamos a veces es en calificar de bueno o malo algunos atributos en las personas: serio, débil, tímido, bebedor, ambicioso, distraído, cínico, triste, feminista, titubeante, escéptico; la inquietud, el coraje, el conflicto, etcétera.
Por ello me apropio de mis defectos, ¿por qué debería erradicar lo que forma parte de mi personalidad? Y aunque los estándares están impuestos en todos los ámbitos: cultural y socialmente, en lo laboral hasta en las relaciones amorosas; creo que la vida debe tener infinitas posibilidades y no es necesario esperar a que la forma en que vivimos y nuestra personalidad sea validada para enorgullecernos. Pensemos en las mujeres que admiramos y su autenticidad.
“Somos nuestros defectos, y no está mal” dijo Belinda, y creo que tiene razón.