Eran las 3 de la tarde un domingo. Iba a casa de un amigo en mi auto, con las ventanas abajo y una falda corta. Me detuvo el semáforo, afortunadamente en el primer lugar de la fila de autos de la avenida, cuando se acercó a mi ventana un tipo, de esos que te limpian el parabrisas, con una actitud extraña como bajo el efecto de alguna droga. Con la mano le hice la señal de que no quería que me limpiara nada, claro que no le importó y empezó a hacer su ritual.
Sentí tanta lástima por él, que decidí darle una moneda y empecé a buscar en mi cartera. Cuando volví la mirada hacia el volante, noté que él estaba recargado, así descaradamente, en la ventana de la puerta viéndome las piernas y gimiendo. En ese momento me congelé. Con una sonrisa idiota, el tipo metió la mano a mi falda y tocó mis partes íntimas. Todo en segundos.
¿Qué hice? Mi reacción fue arrancar, pasarme el alto y buscar algún lugar en donde pudiera estacionarme y asimilar todo. Cuando por fin lo hice, me solté a llorar por la impotencia de no haber hecho nada. Me reclamé por horas haberme quedado congelada, no haberlo arrastrado por el pavimento hasta que se le desfigurara el cuerpo. En fin, llegué a casa de mi amigo en un mar de llanto y a vomitar.
Enojo, frustración y asco en un minuto. ¿Cómo se supone que debes reaccionar a eso?
Después del evento empecé a manejar con las ventanas cerradas, les tengo pavor a los limpiadores del semáforo, me pongo histérica con cualquier mirada, silbido o expresión de un desconocido mientras voy en la calle. Pero reacciono, y eso es lo importante.
Cuando vives experiencias desagradables, todo se convierte en un riesgo. Y no es por excluirlos, hombres, pero las mujeres seguimos estando más expuestas a este problema.
Y es verdad quizá –y tristemente– nuestro chip de mujer nos ha permitido evadir ciertas conductas que pueden pasar desapercibidas (como las miradas), pero cuando el acoso invade tu espacio físico, el problema se vuelve serio.
La mayoría de los acosos suceden porque justamente los acosadores tienen la seguridad de que no harás nada al respecto. Lo más triste de todo es que no necesitas un escote o una minifalda, no necesitas ser un ‘forro’ de mujer, ni siquiera tienes que ir sola para convertirte en la víctima de las miradas pervertidas, piropos sucios o sonidos que más bien parecen onomatopeyas.
Existen hombres tan primitivos que justifican el acoso con su masculinidad u hombría. O peor aún, se deslindan de la responsabilidad bajo el argumento de la provocación femenina, las faldas cortas y los escotes pronunciados. No hay nada más machista y retrógrado que eso.
Este video explica perfecto las afectaciones que puede traer una experiencia como la mía y la de todas las mujeres que se enfrentan día con día a esta gente en el metro, en su trabajo, incluso en sus familias. No tienen que tocarte para sentirte acosada. Hay miradas que dan asco y esas son suficientes.
Como extra, en Bogotá, la Policía Metropolitana a partir del 29 de julio, empezó a implementar un operativo de mujeres encubiertas para atrapar a los acosadores que abundan en el Transporte Masivo TransMilenio.
¿Has pasado por algo similar? ¿Cómo has reaccionado?
Gracias por ser, estar y compartir.