Siempre había sido uno de mis sueños. Pararme frente a una cartelera anunciando las próximas salidas en cualquier estación de camiones y elegir un destino al azar, era algo que me emocionaba y retaba tanto al mismo tiempo. Necesitaba vivir la experiencia de reencontrarme; vencer el miedo de viajar sola demostrando que como mujer puedes hacerlo (obviamente con cuidado, precaución e intuición) terminando por divertirte tanto como si lo hicieras acompañada. Y así lo hice.
Hace un año, pedí impulsivamente vacaciones pocos días antes de que empezara semana santa (sí, cuando todos los destinos ya estaban llenos, los vuelos de avión caros, pocos espacios en camiones, etc.) y a pesar de que posiblemente no encontraría fácilmente un lugar para dormir a donde fuera, eso me hacía continuar con los planes aún con más emoción.
Así, todo se fue dando. Llegué a la central del norte del DF desde Morelia e inmediatamente supe dónde amanecería al día siguiente: Oaxaca. Sólo quedaban 2 espacios y uno fue mío.
La idea de conocer Mazunte, Zipolite, Zicatela (ya había escuchado hablar sobre esas playas oaxaqueñas) quedaba perfecto para ese momento, así que después de 16 hrs. de viaje, llegué a uno de los destinos más hermosos que he conocido de México.
Primer gran reto: Llegar a algún lugar para establecerme. El chofer del camión me bajó en un sitio en medio de la nada y me dijo que ahí podrían decirme cuál era el mejor medio de transporte para llegar a las playas. El pueblo más cercano era Mazunte y me lo recomendaron sobre todo porque moverse de ahí a los demás es fácil y rápido. Tenía que esperar unos camiones colectivos; siendo la mejor opción porque como siempre, en cualquier lugar turístico, los taxis cobran carísimo.
Llegué por fin a Mazunte; un pueblito playero lleno de magia, esencia y estilo “hippie“ que tanto me gusta. Fue amor a primera vista e inmediatamente lo que hice fue a meter los pies al mar, delicioso.
Recuerdo que me sentía feliz y aunque de pronto la inseguridad se asomaba en forma de miradas (erróneamente pensando que se trataban de un juicio por ir sola) desaparecía al instante porque estaba cumpliendo mi sueño y además ¡No era la única mujer viajando así!.
Segundo gran reto: Buscar dónde dormir. Obviamente los lugares más cercanos a la playa o ya estaban ocupados o la noche salía muy cara. Llevaba suficiente dinero; sin embargo no tuve problemas en buscar un hostal porque además de que todo quedaba cerca, en ellos puedes conocer personas muy interesantes e intercambiar buenas historias. Así, encontré el lugar ideal y la habitación que me asignaron se había desocupado en el instante en el que llegué.
Después viajé a Zipolite y Zicatela, ambas playas para descansar y pasarla bien. En mi viaje conocí gente increíble, comí delicioso, bailé, reí, aprendí, lloré, pero sobre todo, cumplí el mayor desafío con el que termino a continuación.
Tercer y último gran reto: Estar a solas conmigo misma. Logré experimentar lo que esperaba; disfrutar un momento reflexionando esas cosas que necesitaba poner en orden. Me sentí orgullosa del paso que había dado demostrándome que si había podido llegar a ese lugar sola, podría hacerlo en cualquier aspecto. Porque si bien se y estoy segura que la vida es mejor compartida, primero tienes que estar bien y en paz contigo misma para estarlo en todo lo demás.
Chicas, anímense a hacerlo algún día. Cuídense mucho en el proceso, usen ese sexto sentido que nos funciona perfecto y después me cuentan qué tal les fue. Cualquier duda específica pueden dejarla en los comentarios, con gusto les responderé. ¡No puedo esperar para mi próxima aventura!.