El lunes 21 de abril, el mundo perdió a una figura que marcó un antes y un después en la historia del papado. A los 88 años, el Papa Francisco falleció en su residencia del Vaticano a causa de un derrame cerebral y posterior fallo cardíaco. La noticia conmocionó a millones de fieles y no creyentes por igual, quienes siempre vieron en él una voz cercana, humana y profundamente empática.
Francisco –cuyo nombre real era Jorge Mario Bergoglio– fue un líder espiritual disruptivo. Rompió con protocolos, cuestionó tradiciones y se atrevió a hablar de temas cotidianos como el dinero, la maternidad, el sexo y, por supuesto, los conflictos en pareja. A diferencia de sus antecesores, hablaba en un lenguaje que todos podían entender: claro, directo y profundamente humano.
“Peléense lo que quieran”: el mejor consejo del Papa Francisco para las parejas
En múltiples discursos y encuentros con familias, Francisco insistió en que las discusiones son parte natural de la vida conyugal. El problema no es pelear, sino dejar que el resentimiento se convierta en silencio. A eso lo llamó “la guerra fría emocional”, una distancia invisible pero peligrosa que, poco a poco, va erosionando el vínculo.
Según él, el secreto está en cómo se dicen las cosas, más que en lo que se dice. Si hay tensión, lo ideal es abordarla con sensibilidad, evitando herir al otro. Recomendaba no levantar la voz, no ridiculizar ni usar un tono condescendiente. Y sobre todo, no dormirse sin haber hecho las paces.
“Peléense todo lo que quieran, con tal que hagan las paces antes que termine el día. Nunca se vayan peleados a dormir".
Los pequeños gestos hacen grandes diferencias
Francisco no hablaba desde la teoría, sino desde una comprensión profunda de la vida cotidiana. Sus consejos eran prácticos y aplicables, pensados para fortalecer los vínculos reales. Recomendaba expresarse con cariño incluso en medio del desacuerdo, evitar palabras que puedan herir, mantener el contacto visual en las conversaciones difíciles, valorar al otro más allá de sus defectos cotidianos y, sobre todo, escuchar con empatía.
También promovía pequeños gestos diarios que fortalecen la relación: un beso por la mañana, una bendición por la noche, cocinar juntos, compartir tareas y romper la rutina con alguna celebración inesperada.
Según él, el tiempo de calidad es vital. Abogaba por encontrar momentos para hablar sin prisas, reírse juntos, hacer planes y recordar por qué se eligieron en primer lugar.
Una visión del amor que trasciende religiones
Aunque fue el líder de la Iglesia católica, su mensaje sobre las relaciones humanas trascendió credos. Muchos de sus consejos fueron acogidos incluso por quienes no profesaban ninguna religión. Su visión del amor era moderna, empática y profundamente realista: aceptaba que el amor es imperfecto, pero sostenía que eso no lo hace falso, sino auténtico.
“El otro no es solo la suma de las cosas que me molestan. Hay que mirar su corazón y darle importancia real”, afirmaba.
Hoy, con su partida, esas palabras resuenan más fuerte que nunca. Nos recuerdan que amar no es evitar los conflictos, sino aprender a atravesarlos con respeto, diálogo y reconciliación. Porque al final del día, el verdadero milagro está en volver a elegirse una y otra vez.