Quienes han enfrentado el COVID-19 han tenido que lidiar con algunas de sus secuelas, lo que muchos no esperaban era enfrentar una nueva consecuencia tres meses o hasta cinco meses después de haber sido contagiado.
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Se trata de la secuela parosmia, la que provoca que algunas cosas huelan diferente como la carne, verduras, frutas, perfumes, pasta dental y entre otras.
El número de personas con esta afección, aumenta constantemente, pero los científicos no están seguros de por qué ocurre.
¿Qué es la parosmia post Covid y cómo curarla?
La parosmia es un trastorno del olfato asociado a las secuelas del COVID-19 persistente, entre otras patologías, que hace que el afectado perciba los olores distorsionados o desagradables sin serlo.
Al menos el 47 % de quienes han enfrentado el virus tienen perdida del olfato gusto, los cuales recuperan con el paso de las semanas.
La mitad de ellos suelen desencadenar la parosmia incluso algunos meses después de haber superado el virus.
“El concepto de parosmia engloba otro tipo de subconceptos, como la fantosmia, que consiste en empezar a percibir olores que ni siquiera existen –de ahí que se conozcan como olores fantasma–; por ejemplo, una persona que esté en una oficina y perciba el olor de una cocina. Lo malo, además, es que normalmente, tanto la parosmia, como la fantosmia, dan olores que no suelen ser agradables, sino más bien a podredumbre; y ahí es donde está el problema”, explicó el Dr. Juan Maza, otorrinolaringólogo y miembro de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello (SEORL-CCC).
— Dr. Juan Maza, otorrinolaringólogo
Quienes sufren de ello suelen rechazar la comida por sentir un olor fétido, incluso náuseas y mareos mientras comen algo que solían disfrutar.
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¿Cómo curarlo?
El médico compara los casos de parosmia que no se resuelven espontáneamente con un trastorno de muy difícil tratamiento que afecta al oído: los acúfenos o tinnitus.
Explica que la única solución que se le puede dar a los pacientes es rehabilitación olfatoria, que consiste en la exposición a elevadas concentraciones de olores de cinco a siete minutos al día, durante un periodo de entre tres y seis meses y, a medida que empiecen a ser capaces de oler lo que se les propone, ir ampliando la gama de olores: a café, vinagre, chicle, entre otros.