Desde que somos adolescentes, y sentimos el despertar del deseo, somos bombardeados con el sexo y crecemos con la idea de que lo necesitamos a como dé lugar. En esta sociedad hipersexualizada, hay una especie de competición implícita y silenciosa sobre quién acumula más experiencia en la cama rápidamente.
Esa misma vara de medición la trasladamos a las relaciones amorosas en donde creemos que el éxito de ese romance está determinado por las veces o la calidad de encuentro, dejando de lado cosas que importan igual que sentir el cuerpo desnudo de la persona que amamos.
El sexo no lo es todo en la relación
Después de los orgasmos, hay más vida. Encontrarle el sentido al porqué estoy con alguien y por qué nos queremos, más allá de lo sexual, me hizo tomar mejor decisiones amorosas.
Conforme vamos creciendo internamente descubrimos que nuestras prioridades se modifican y así pasamos de necesitar únicamente a quien nos regale un momento de intimidad, a desear una conexión.
Y justamente, cuando le damos mucho peso al sexo en nuestras relaciones, nos olvidamos de conocer realmente al otro y de trascender a lo más profundo de su ser.
Al mantener la balanza equilibrada, le damos la oportunidad a que afloren los momentos de pasión pero también a aquellos en los que simplemente hacemos catarsis de nuestros problemas, compartimos nuestros sueños, disfrutamos juntos de los pasatiempos, vivimos nuevas experiencias y fortalecemos el vínculo.
Así lo explica el psicólogo Robert J. Sternberg, quien asegura que el triángulo del amor se basa en: intimidad (entendida como conexión con la pareja), compromiso y pasión, así que cuando uno de estos falta, o deja de estar en la misma proporción que los otros, las relaciones se transforman y pasan a ser otros tipos de amor.
Es riesgoso tapar nuestras carencias con sexo porque las relaciones caen por su propio peso. Es por ello que es preferible centrarse en ella, que más que en el sexo o incluso, en la carencia de sexo, ya que al pasar momentos agradables lo demás vendrá por cuenta propia.
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