Nadie niega que pensar en el futuro es importante para visualizarse, planificar sueños e ir escalando hacia lo que queremos, pero cuando existe un «exceso de futuro», o lo que es igual a una ansiedad silente que te bombardea con pensamientos, se genera incertidumbre y te aleja de vivir el presente.
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Este ejercicio repetido día tras otro, en realidad se convierte en una terrorífica antesala de lo que está por venir, en donde no hay tregua para la paz mental, el descanso y ese popular dejar fluir las cosas, que no es más que una habilidad envidiable para quienes en esta modernidad lo consiguen.
El lado tóxico de pensar constantemente en el futuro
La verdad le golpea la cara a cualquiera y es lo que es: no podemos tenerlo absolutamente atado y controlado por más que le demos vueltas al asunto.
Así como sería irresponsable no planificar nuestra vida a corto, mediano y lago plazo, también es irreal pretender querer calcular hasta el más mínimo detalle de lo que está por venir cuando en realidad, el destino, la vida, Dios, o lo que sea; siempre van armando las cosas a su manera.
Es decir, permanecer constantemente pre-ocupado por el futuro no es más que un desperdicio de felicidad y ganarse unas cuantas arrugas prematuras. Debemos reconocer nuestra humilde existencia y dejar que las situaciones tomen su curso natural, hasta donde podamos incidir en ellas.
Es preferible destinar esa energía mental a cosas más productivas, pero también a encontrar la belleza en la sencillez del hoy y la esperanza de un mejor porvenir.
Muchos filósofos han dedicado su vida a destrabar el mañana, pero la mejor lección es que más se pierde dejando de disfrutar el presente, desgastándose emocionalmente y siendo infeliz, cuando lo que está más adelante de igual manera llegará, de una u otra forma.
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