La humanidad está pasando por momentos de caos gracias a la actual pandemia por COVID-19. Desde hace semanas hemos estado encerrados en casa, aislados del mundo exterior. Y a medida que los contagios se han ido mitigando alrededor del mundo, los gobiernos han comenzado a reducir las medidas de confinamiento, así como también, han creado planes para reactivar las actividades. Pero ¿realmente queremos volver al exterior?
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En redes sociales, muchas mujeres han expresado su preocupación por volver al exterior. Y es que no es que no queramos salir y volver a ver a nuestros amigos, regresar a la oficina o ir de fiesta sino que nos preocupa genuinamente volver a las calles, donde somos acechadas por quienes buscan hacernos daño por el hecho de ser mujeres.
Sí, aún en medio de esta crisis sanitaria, la violencia de género no se detuvo. Seguimos leyendo noticias de mujeres y niñas golpeadas, violadas o asesinadas en sus casa o en la calle. No podemos no hablar del tema o dejar de pensar en que seguimos siendo potenciales víctimas de algo así.
Parece increíble pensar que a pesar de la desesperación y ansiedad que provoca la cuarentena, nos sentimos más cómodas y seguras en casa. Es decir, no tenemos la preocupación de tener que elegir el camino más seguro para llegar a la oficina ni tampoco de vestirnos de cierto modo para evitar «provocar» mientras nos divertimos el fin de semana. Al mismo tiempo, están las que tienen que convivir con su agresor, bajo el mismo techo pero salir también se convierte en un peligro.
Las mujeres hemos tenido que aprender a defendernos de los hombres; de las miradas lascivas, de los piropos que no pedimos y de los toqueteos incómodos. Hemos tenido que aprender a elegir nuestra ropa según a dónde vayamos, con quién vayamos y a qué hora vayamos porque, «no vayan a creer que estamos provocando». Hemos tenido que aprender a no caminar solas y a mirar a todas partes «por si alguien nos viene siguiendo».
La pandemia no ha cambiado las cosas pero aunque han surgido actos de esperanza, también nos ha hecho ver el peor lado de la humanidad.
Como siempre, las mujeres estamos aterradas de salir de casa y no volver. ¿Qué pasará cuando se reanuden las actividades y volvamos al exterior? ¿Viviremos otra vez preocupadas por nuestras madres, por nuestras amigas y nuestras hermanas? Sabemos que sí, porque además de tenerle miedo a un enemigo invisible como lo es el COVID-19, tenemos que seguir cuidándonos de esos monstruos que nos acechan a la vuelta de la esquina. Seguimos siendo un blanco fácil por el simple hecho de ser mujeres.
La violencia de género en sus diferentes expresiones, es parte de una problemática social que sigue arraigada en la actualidad, convirtiéndose en la peor pandemia.
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Nuestro miedo es constante y no parece disminuir. Ser mujer en una sociedad que normaliza la violencia, se ha convertido en una condena.
Lo peor de todo es que ahora la «justificación» de las agresiones ha sido que la crisis está provocando «conflictos emocionales» en las personas. Dejemos de solapar la violencia machista en lugar de hacerle frente. Quienes quienes agreden, violan o matan a una mujer son movidos por su obsesión de poder, por su naturaleza impulsiva, violenta y abusiva. Dejemos de romantizar que son momentos en los que nos sentimos «incomprendidos».
Pero ni las lágrimas de las madres que lloran a sus hijas, ni los gritos de desesperación de quienes buscan a una hermana, ni la furia con la que una exige un país sin violencia importa. Nos han arrancado la libertad, nuestro derecho a vivir porque vivir con miedo, no es vida. .