La conexión con una madre es inigualable. Es quien con su dolor te da la oportunidad de tener una vida, y te cuida en el transcurso de ésta. Te da la mano para que aprendas a caminar, y no la suelta sin importar los años que pasen.
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Gracias a sus herramientas aprendemos a formarnos, y no hay nada más admirable que eso. Ellas nos conducen con amor, con respeto, y aunque tienen muchos errores, nunca son malintencionados.
Tristemente no son eternas, y llega un momento que la vitalidad que un día las definió comienza a decaer. Entre más grande te vuelves más responsabilidades existen para comenzar ahora tú a sostener esa mano que por tantos años te guió.
Ellas te dan todas las enseñanzas que necesitas, pero jamás nos muestran a vivir sin ellas. Se convierten en un pilar esencial en nuestras vidas; su consejo, su sonrisa, las risas que comparten y hasta los enojos.
¿Cómo puedes erigir tu vida una vez más sin tu pilar? Al final, no importa cuál sea la pérdida… la vida continúa, al igual que tú. Sin embargo, una parte de tu corazón nunca regresará al mismo estado, sólo se transforma.
No hay secreto ni fórmula para poder vivir plenamente sin ellas, ni creo que sea posible. Solamente queda la enseñanza de no juzgarlas, y de amarlas con palabras y acciones en vida.
Y si ya no están a nuestro lado entender que ellas siempre vivirán en nosotros. Nuestras acciones, nuestros vicios, nuestra formación es el homenaje que le damos todos los días a quienes ya no están en esta vida.