Cuando alguien más sufre, es fácil pensar que las palabras de aliento y cadenas con mensajes motivacionales aliviarán el dolor después de todo, a ti te funcionan. Es fácil creer que una tarde de café o un maratón de películas de comedia harán que olvide lo que le aqueja, porque es lo que a ti te funciona pero no nadie responde igual que el otro, nadie siente como tú ni tú como ellos.
Quien sufre, está cansado de escuchar acerca de «mirar el lado bueno», de poner una cara valiente frente al mundo y de que traten de convencerlo de que «el dolor te lleva a una ganancia». Simplemente su mente no funciona así. Y es peor cuando no lo ves, cuando crees que porque sonríen, llevan una vida de mariposas y arcoíris. Tampoco hay que culparse, después de todo, lo que vemos es sólo lo que sucede en el exterior. Pero es justo porque no conocemos las batallas internas que cada quien lleva que no debemos juzgar ni criticar.
Nadie se da cuenta si debajo de una sonrisa, hay dolor y agotamiento, soledad y confusión.
Para algunos, el dolor termina convirtiéndose en una lucha devastadora por sobrevivir día a día. Para algunos, los momentos de tristeza equivalen a ahogarse en el mar, como quedarse sin aire mientras ven cómo otros respiran tranquilamente. Para algunos, no es un estado de ánimo, es una enfermedad mental que no pasará de la noche a la mañana.
Pero como nadie posee la capacidad de ver lo que ocurre al interior de otra persona, no podemos subestimar su dolor ni creer que responderá como uno lo haría. Hay corazones que son más frágiles que otros y mentes más susceptibles que otras. No es debilidad, sólo es nuestra condición mortal la que nos hace actuar y reaccionar de diferentes maneras ante el dolor.
Hay que ser más empáticos y comprensivos. El juicio es un instinto natural pero hay que pensar antes de hablar. No es mentira eso de «ponerse en los zapatos del otro» y aunque nunca sabremos realmente qué pasa, es una forma de tomar una posición más neutral. No importa si tus intenciones son alentarlo o darle un golpe de realidad como empujón, al final, quien sufre muchas veces está más allá de un lapsus de tristeza. Necesitan ayuda, no regaños ni consejos de cómo harías tú las cosas. ¿Te imaginas si a una persona con la pierna fracturada le aconsejas caminar para acostumbrarse al dolor y así dejar de pensar en él? Lo mismo pasa con alguien que está pasando por un gran dolor.
Debemos desetigmatizar las enfermedades mentales y que un tratamiento profesional es una ayuda necesaria. La tristeza puede convertirse en depresión y la depresión en tragedia y ésta se puede prevenir. Si superamos la idea de que las personas que se encuentran deprimidas son «extrañas», «débiles» o «exageradas» y en cambio, aceptamos que sufren un padecimiento que merece alivio de la mano de profesionales, comprensión y amor, estaremos ofreciendo una mano en lugar de un juicio injusto.