El comer, que satisface las necesidades de nuestro organismo y que cubre una función biológica como es la nutrición, constituye esencialmente un acto tan habitual y cotidiano que determina nuestras rutinas y es una de las actividades a la que más le dedicamos tiempo.
Por la suma de muchos factores culturales, la alimentación hoy se ha vuelto una contaste gratificación al paladar por sobre su principal función que es nutrir. Para lograrlo, la industria usa variadas y sofisticadas técnicas culinarias, entre los que se incluye el uso de alimentos refinados e industrializados que realzan sabores, texturas y aroma, provocándonos deseos de comer aunque no tengamos hambre. Es fácil que esta modalidad de alimentación nos lleve a excesos y a la sobrealimentación. Pero detrás de esta constante gratificación se pueden esconder conductas adictivas a los alimentos.
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Convencionalmente se asocia el término «adicción» con el abuso de sustancias estimulantes, tranquilizantes o depresoras del sistema nervioso central. Actualmente, las adicciones se clasifican en Adicciones a las Drogas y Adicciones Sociales, donde se sitúa la alimentaria.
Mucho se ha hablado de que el uso indiscriminado de alimentos refinados e industrializados (sal, azúcar, harinas blancas, arroz blanco, alcohol, féculas, aceites, mantecas, margarinas, crema de leche, gelatinas, etc.) han llevado a la adicción a ellos y que las personas no pueden vivir sin consumirlos.
Esto tiene una explicación:
-La primera etapa de una adicción está vinculada a los efectos reforzadores («placer») de la sustancia. Se define como reforzador positivo a todo estímulo que provoque la repetición de la conducta para conseguir el placer. Uno de los sistemas neurales involucrados en «el placer» o reforzamiento positivo es el dopaminérgico mesolímbico, que está constituido por neuronas productoras de dopamina. La dopamina es una hormona y neurotrasmisor que, entre muchas otras funciones, media el placer en el cerebro. Su secreción se produce durante situaciones agradables y nos estimula a buscar aquella actividad u ocupación agradable, estableciendo una dependencia psicológica con base en la satisfacción y el placer. Esto significa que la comida, el sexo, y varias drogas de las que se puede abusar son también estimulantes de la secreción de dopamina en el cerebro.
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– También tenemos que considerar el papel que desempeñan los propios alimentos en la instauración de los mecanismos de refuerzo, aquellos que son nuestros preferidos y la presión o participación social a los que se les asocia. Por lo tanto, los dulces y, en concreto, el chocolate, es uno de los alimentos más adictivos al que nos podemos enfrentar, aunque la presión social y, por lo tanto, el gusto por lo amargo, como el café, por lo ácido, como el alcohol, o por lo picante y lo abrasivo, como la pimienta, pueden adquirir el rango de adictivos cuando el aprendizaje y el condicionamiento nos han llevado a ellos.
– Los azúcares han sido señalados como adictivos y una de las razones que lo fundamentan se refiere a la propiedad de los mismos sobre la neurotransmisión, específicamente sobre la serotonina y su precursor, el triptófano, que aumenta en proporción por la ingesta de carbohidratos. Estos neurotransmisores producen un efecto directo sobre las neuronas relacionadas con la disminución de ansiedad y experimentación de bienestar.
Los fundamentos neurobiológico no se diferencian sustancialmente del adicto al chocolate, al café, al alcohol o a la pimienta.
– La conducta alimentaria se puede estructurar como la expresión fenotípica de nuestras características genéticas. Esto quiere decir que nuestro comportamiento se sustenta sobre nuestra condición genética (innato), sobre nuestro aprendizaje o experiencia ambiental (adquirido) y sobre la interacción de las mismas. Por lo tanto, nuestras experiencias, comportamientos y preferencias alimentarias influyen en que se pueda producir una adicción.
Se ha descrito que el gen A del cromosoma 11, que codifica la producción de receptores dopaminérgicos D2 sería un factor genético de adicción. La regulación al alza de los receptores sería una puerta abierta y facilitaría o nos haría más vulnerables a la adicción. Si a esto le sumamos la participación del ambiente con el establecimiento de una importante selección y preferencia sobre la ingesta de determinados alimentos, estamos facilitando el desencadenamiento de los mecanismos de refuerzo, los cuales van a ser claros determinantes para el establecimiento de la conducta adictiva.
-Existen etapas de nuestra vida que son factores de riesgo para adquirir una adicción. Por ejemplo, en momentos de estrés y ansiedad, vemos la comida como un ansiolítico. Generalmente en estas etapas la ingestión es selectiva y somos susceptibles a producir una adicción, motivada por algún nutriente específico de ese alimento que nos produzca la sensación de placer.
Es cierto que la comida puede funcionar como un ansiolítico económico y de fácil acceso y también que en la generación de la conducta de comer o beber participan mecanismos fisiológicos, psicológicos y socioculturales. Sin embargo, son las personas quienes determinan qué, cómo y cuánto comer. La adquisición de una alimentación variada, equilibrada y natural como un hábito de vida permanente es la clave para mantenernos saludables y libres de adicciones.
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