Por María José Jara, académica y Coordinadora de Extensión de la Escuela de Nutrición y Dietética de la U.Mayor.
El sueño tiene un papel fundamental en la regulación del equilibrio energético. Así lo demuestra la relación existente entre diversas hormonas implicadas en la regulación metabólica y el ritmo sueño-vigilia. Dormir menos horas de las necesarias produce desregulación del organismo y de las hormonas encargadas de regular el apetito (Grelina que es la hormona que genera apetito, y Leptina que produce la sensación de saciedad). Varios estudios han demostrado que un sueño de duración acortada (menos de 6 horas) se acompaña de un aumento de apetito debido a una disminución de la leptina y un aumento de la grelina.
Al dormir poco, el cerebro recibe señales de que el cuerpo tiene hambre y aumenta la ingesta de alimentos, lo que incrementa la posibilidad de aumentar de peso.
Durante la noche, ocurren muchos procesos fisiológicos que se ven afectados cuando se duerme menos de lo recomendado: se altera el metabolismo de la glucosa e insulina; sube la presión arterial y aumenta el riesgo de hipertensión; se altera el sistema nervioso simpático, lo que aumenta el riesgo de enfermedades cardiacas; se sufren problemas cognitivos, ya que durante el sueño se consolida la memoria, entre otros.
Además, las personas que duermen menos de 7 horas son más propensas a padecer trastornos de sueño como insomnio, hipersomnia, parálisis de sueño, sonambulismo y apnea.
Se produce un círculo vicioso, ya que las personas que padecen obesidad tienen tejido graso entre el diafragma y la pared torácica, que ejerce presión sobre los pulmones; ello provoca dificultad para respirar y eso interfiere gravemente con el sueño (apnea del sueño), produciendo falta de oxígeno durante la noche y somnolencia durante el día. La falta de sueño produce cambios de ánimo y de la percepción de la realidad de las personas. No dormir, provoca cansancio cerebral y disminuye la capacidad de discernimiento, lo que, junto a las alteraciones hormonales, podría hacernos tomar malas decisiones respecto a la comida, prefiriendo consumir alimentos altos en grasas y azúcar para sentir energía y satisfacción inmediatas, lo que contribuye al aumento de peso.
Mantener un horario regular, dormir las horas necesarias, hacer ejercicio físico, evitar grandes cantidades de comida o líquidos antes de dormir, limitar el consumo de alcohol o sustancias estimulantes por la tarde y no fumar, pueden ayudar de manera significativa a evitar las consecuencias que la privación de sueño crónica conlleva.