Curiosamente, a la hora de comer se desarrolla mayor actividad en la zona de la corteza cerebral dedicada a la vista, incluso más que en aquella relacionada al paladar y a la lengua. Es decir, nuestro ojos se convierten en nuestro principal órgano gustativo.
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En el cerebro se procesa «la información visual recibida con experiencias visuales pasadas, lo que permite reconocer y apreciar lo que se está viendo», según explicó el director del Crossmodal Research Laboratory de la Universidad de Oxford, Charles Spence.
En la industria de alimentos saben que todo entra por la vista y por eso se esfuerzan en hacer estudios y tratar de generar atractivos y confiables envoltorios y presentaciones.
Hay aciertos y desaciertos, como los multicolores ketchups «Heinz» del 2000. La apuesta de la salsa por los botes azules, rosas, naranjas y morados no duró más que hasta el 2006 sin el éxito esperado.
Pero también entran en juego otros factores que sólo pueden estar en la mente de los consumidores.
En una investigación de George H. Van Doorn de 2014, demostraron que el sabor de un café latte estaría influenciado por el color de la taza: cuando era blanca era menos dulce que cuando era servido en transparentes y azules.
Hace un mes, la revista Nautilus recopiló varios experimentos que se han realizado para determinar si el cambio de color afecta a la sensación de sabor.
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Algunas interesantes conclusiones de las investigaciones sobre color y comida son los siguientes:
– El color rojo remite a sabores más dulces.
– Los colores brillantes en sí sugieren bebidas más dulces.
– Un té en recipiente transparente sugiere que está más frío.
– La forma y el color del plato influye en los juicios del gusto y la calidad. Por ejemplo, un mousse de fresa sabe mejor en un plato redondo y blanco que en un plato cuadrado y negro.