En la universidad lo pasé bastante bien: estudié, me desvelé, me enamoré de un maestro distinto cada semestre, me emborraché muchísimo, leí libros definitivos, tuve sexo, aprendí de sexo.
Y también lo pasé bastante mal: me enamoré, anduve a veces en boca de varios (en más de un sentido), me decepcioné de lo concreto y de lo abstracto.
Si la universidad supiera todo lo que me enseñó de sexo, no me lo creería. Cualquiera que haya ido a la universidad será capaz de entenderme. Creo.
Pero, por si las dudas, hago aquí una lista de las enseñanzas más, digamos, trascendentes que obtuve. Las que me llevo a la cama cada vez que recuerdo la lección.
- Los planes no se realizan tal cual los pensamos. Los planes cambian. En el aula, en el proyecto, al terminar el curso, durante el sexo, a la mitad de la relación.
- Las preguntas adecuadas son más valiosas que la mayoría de las respuestas. Y, cuando se plantean con habilidad, pueden trasladarse a otro plano (el de la alcoba).
- Igual que pasa con los ensayos, el tiempo y el esfuerzo que inviertes en un orgasmo, una cita, una felación, pueden resultar descomunales con respecto a la nota que obtienes.
- Los engreídos, los brillantes, los que hablan más de dos idiomas (los que saben humillar con argumentos invencibles en clase), siempre son más guapos.
- Aunque alguien decida “cifrar su vida en las palabras”, la comunicación, tal y como la plantea la teoría, es un concepto imposible. A veces vale más conformarse con los códigos del coito.
- El sexo no quema tantas calorías como se cree.
- Poco importa qué tan propensa a enamorarse sea la estudiante (pobrecilla): los profesores también pueden enamorarse de ella.
- Los compañeros que hablan poco, los que sobreviven con un bajo perfil, también tienen manos, lenguas, penes y argumentos interesantes.
- El sexo alivia el dolor de cabeza, incluso antes o después de un examen.
- Sin importar qué tan sorprendente haya sido el clímax, o qué tan memorable la conversación después del sexo, no somos personajes de novela. Somos ordinarios, a veces abyectos, y no hay un narrador que esté contando nuestra historia. Por suerte, existe la química.