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No puedo compartir mi espacio

A veces cuando sientes que podrías compartir la vida, pero no el mismo domicilio.

A todos suele pasarnos: te enamoras, empiezas una relación, idealizas cómo sería vivir juntos y compartirlo todo. Hacer las compras de la casa, lavarte los dientes mientras él se rasura la barba y sintonizar la misma serie en la TV.

Y bueno, ya me sucedió, para darme cuenta que en efecto soy incapaz de vivir en pareja, al menos por ahora. Hay una verdad que incomoda, pero es una realidad y se vive desde el hogar paternal: las reglas las pone el dueño de la casa. Y no, no hablamos de los neosolteros, si no de una relación sazonada con este asunto de involucrarse cotidianamente en una superficie compartida.

El espacio propio, la decoración, la elección de los muebles, los hábitos de compra y todos los objetos que conforman nuestra memorabilia, son sagrados. Me rehúso a compartir el excusado, a que haya en mi recámara cosas que no me pertenezcan y a discutir asuntos domésticos con una pareja; roces que en última instancia podrían desgastar el amor que exista, aunque muchos llamen a eso “convivir”.

Aquél novio de entonces estaba totalmente de acuerdo, Era algo complicado imaginar juntar nuestras cosas sin que resultara una mezcla extraña; cada uno apreciaba –y mucho- su tiempo a solas en su espacio, evitando estar a expensas de los hábitos de higiene del otro, mezclar rutinas o llevar mis manías a sus terrenos. Ni siquiera nos sedujo la idea de reducir gastos.

Quizá suena egoísta, aunque eso no merma mis ganas de enamorarme y tener una relación sólida. Por fortuna, las parejas no están limitadas a comprometerse solo por la vía de compartir el techo, hay otros modelos como el de los LAT (Living Apart Together) en el que ambos viven en casas separadas.

Ya lo han practicado muchas parejas y matrimonios, desde Woody Allen y Mia Farrow hasta una estadística que cada día va a la alza. Como ya lo dijera aparentemente un proverbio árabe “Para que nuestros corazones permanezcan unidos debemos mantener nuestras tiendas separadas” y bueno, para algunos parece funcionarnos mejor sin restar seriedad al asunto de dos.

Si puedes ahorrarte discusiones por la tapa del baño, por la elección de las lámparas y las cortinas, por los gustos musicales, por sus visitas o los ronquidos: ¡que viva el amor!

¿Te inclinarías por este tipo de relación, en defensa de su propio espacio?

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