MIRA LA SESIÓN DE FOTOS EXCLUSIVA DE VIVIANA RODRÍGUEZ PARA REVISTA MUJERES
Por Pilar Huilcaleo Mateluna. Fotografías: Gonzalo Muñoz.
«Creo que la vida necesita silencios, porque si no se dificultan los buenos procesos y no puedes ver a los maestros que muchas veces llegan a tu vida», explica con calma y mucha paz la actriz de cine, teatro y televisión Viviana Rodríguez. Habla de esos espacios en que ha estado fuera de la pantalla, explorando otros mundos de su propio mundo. Dice que desde la última vez que se fue tenía «cero ganas» de volver, pero que en la India le enseñaron a mirar su oficio desde otro lado, con respeto, veneración. Así se volvió enamorar de esto de «prestar la piel» para vivir otras vidas, otras historias.
A sus 43 luce, sobre todo, en paz. Paralelo a su oficio de actriz es profesora de Bikram Yoga, desarrollando desde ahí una intensa vida espiritual. Se reconoce enamorada y en pareja, mientras su hijita Agatha (8) revolotea a su alrededor como una extensión de sí misma, en equilibrio. Acopladas ambas, se hablan en inglés todo el tiempo, con una atención especial la una por la otra; se acompañan. Viviana sonríe quieta, porque sabe que hoy más que nunca no está sola, que hoy más que nunca el goce está instalado en su vida.
¿Cómo es volver a TVN?
¿Te has dado cuenta de eso cuando los hijos se van porque necesitan libertad y aire, les baja la rebeldía con los papás, y después vuelven? Pues así me siento (ríe). La verdad es que ha sido muy bonito, porque vuelvo a un equipo que prácticamente lo conozco entero. No en términos de elenco, sino de equipo técnico, un grupo que ha ido creciendo, que están ahí y que es la misma gente con la que trabajaba desde que hice «Iorana». Entonces, es bonito cómo los roles fueron cambiando, afiatándose, cómo se unen las caras nuevas; es bonito ver un grupo que creció.
La partida de María Eugenia Rencoret fue potente para todos. ¿Cómo sientes que impactó desde dentro?
Sentí algo muy bonito: que la reacción fue «OK, hay que remarla, hay que seguir». Hubo un afiato en el equipo, un momento en que dijeron «esto es nuestro, hay que seguir adelante», como cuando lo adultos se alejan porque los jóvenes tienen que hacer sus vidas solos, o cuando los papás dicen «OK, ustedes pueden». Siento que la Quena (Rencoret) y la Daniela (Demicheli) armaron un equipo que sabían que podía funcionar sin ellas; lo formaron desde chicos, y sabían que si ellas no estaban, el equipo continuaba.
¿Hay un vacío?
No, todo lo contrario, porque es una forma de decir «nosotros confiamos, ustedes pueden hacer esto, tienen que poder hacerlo». Como cuando chico te entregaron una responsabilidad y la asumiste no más. Acá se ha asumido de manera muy bonita, sin nunca mirar para el lado, reconociendo «OK, esta es mi responsabilidad, yo me hago cargo». Cada uno asumió su rol. Y a todo orden, todo comenzó a fluir. Creo que ellas sabían que tenían un equipo que podía bancársela, y ellos respondieron como se esperaba. No hay más.
¿Cómo sientes a tu personaje de «Vuelve Temprano»?
Es un desafío bonito querer a un personaje complejo que viene a enredar las cosas. Creo que los personajes se construyen desde el cariño, desde el corazón, no desde otro lugar, porque si no son una maqueta y pierden profundidad. Creo en la profundidad de los personajes. Entonces, es un desafío armarlo cada día, ver desde dónde enreda la vida. Es un personaje bonito, porque tiene cariño. Ella quiere a sus sobrinas, las quiere muchísimo, pero la caga, la caga desde el amor.
¿Cómo se gestó esto de volver a las teleseries?
No tuve proceso; me llamaron un viernes y el lunes estaba trabajando. No hubo tránsito. Me llamó la Dani y le pedí que me diera el fin de semana para preparar a mi familia. Necesitaba sentarme con ellos y decirles qué se venía, porque la gente siempre ha sido muy cariñosa conmigo, pero otra cosa es estar al aire y el impacto que eso tiene; cambia la dinámica de la gente contigo. Había que preparar a una mamá que tenía sus tiempos y los manejaba y estaba súper presente, y pasar a una mamá que ahora está desde un lugar distinto. Había que preparar a una pareja y a una profesora de yoga. El tiempo fue muy poco, pero creo que la vida es así, y si uno está constantemente preparándose, cuando es necesario, se reacciona.
ESPIRITUALIDAD Y MATERNIDAD
Hoy tu hija Agatha tiene 8 años, ¿qué recuerdas de ese embarazo?
Tuve un bonito embarazo, lo disfruté mucho, en un estado muy armonioso con el cuerpo, con la tranquilidad. Nunca quise saber qué sexo era. Esperé el momento en que nació y me dijeron «es niñita». En la India los niños nacen y, según el horario, está establecida una letra, y les buscan un nombre con esa letra. Sin yo saber esas cosas, fue más por intuición, dejé que el nombre llegara. Pero fue bien divertido, porque demoró una semana en llegar. La gente se ponía nerviosa, porque preguntaban «¿cómo se llama la guagua?», y yo respondía «la guagua de la Kitty». Hasta que un día lo supe: se llamaba Agatha. Ella es mi compañera de vida, va conmigo a todos lados. El día en que nació supe que nunca más iba a estar sola. Me lo dijo mi ginecólogo, porque al principio tenía mucho susto. El día que ella nació me di cuenta que eso era verdad; nunca volví a estar sola.
¿Cómo llegas a ser instructora de yoga?
Llegué al yoga por un momento súper específico, súper duro de mi vida. Fui entendiendo que el yoga va entregando algo mucho más grande que mantenerte físicamente; vas adquiriendo espacios de tranquilidad y de calma, te das cuenta que esos momentos de tranquilidad que te entrega están conectados. Comprendes que un minuto de tranquilidad de cabeza va a producir que todo vaya bien, aún cuando las circunstancias no sean las ideales. Vengo de una familia atea, mi madre es atea, mi padre es católico, pero no vengo de un espacio espiritual. Cuando las cosas no van bien, uno dice «¿a qué me aferro?». Pero como no tenía una religión, no tenía a qué aferrarme. Ahí entendí que el yoga abre caminos distintos, y comencé mi búsqueda por ahí.
¿Dónde aprendiste?
Me fui a aprender Bikram Yoga el 2011 a Estados Unidos. Mi gurú –tengo la fortuna de tener un gurú vivo– está en Los Ángeles. Él es un maestro de linaje en la India, pero el trabajo que le dio su maestro es llevar el yoga a Occidente. Primero tomé un seminario, y cuando vi cómo entrenaban a los profesores dije «voy a volver para después trabajar con niños». Cuando volví del seminario hice clases con una amiga y jefa. Y luego de ese proceso subí el siguiente escalón, que era aprender a enseñar. Ahí me fui. Uno se encierra 9 semanas en un hotel. Fue una dura decisión, había que abandonar el hogar, dejar a mi hija, y era duro además porque caía su cumpleaños entremedio. Pero era el momento y había que hacerlo. Agatha tenía 1 año.
¡Tremenda prueba dejar a tu hijita!
Mi primer periodo con ella fue complejo, porque me divorcié en el camino y ese proceso no fue fácil, y ahí hay también una evolución potente junto a ella. La crié sola y siempre andamos solas, viajamos juntas… Desde siempre es mi compañera, así que irme fue un desgarro fuerte. Irme fue aprender de eso. Porque una de las lecciones más fuertes del yoga es el desapego. Si uno pretende enseñar, debe aprender a desapegarse. Uno no puede responsabilizarse de esas personas que enseñaste. Uno enseña, pone todo, lo intenta, pero es esa otra persona la que evoluciona. Entonces ese desapego debe existir, porque uno no es responsable de ellos. Y también está el desapego a los hijos, a todo. Es un tremendo desafío.
Es un desafío también deshacerse de la culpa…
En mi camino apareció otro maestro, que fue un médico que me desconectó de la culpa. ¿Qué es la culpa? Una imposición sociocultural. Si uno enfoca la vida desde ahí, es súper dificil avanzar. Creo en Dios como la energía universal, y esta energía quiere lo mejor para nosotros, lo que no significa que la vida no tenga cosas duras o graves. Pero esas cosas duras son un aprendizaje para tu vida, que tiene que ver con tu karma. No existe la culpa si tu vives desde hacer lo mejor, desde la buena intención. En ese sentido no existe tampoco lo bueno o lo malo. Creo que si vas a entender la culpa desde lo legal-social, ahí hay sentido, porque hay reglas que no hay que romper para vivir en armonía. Pero esa culpa cotidiana que nos inculcan desde la religión, me la desconectaron. Entiendo la vida desde el amor, desde el cariño.
Agatha se acerca en ese instante y le pregunta si puede ir a «jugar» a swichear a la sala de dirección de la teleserie. Viviana le dice que sí, que disfrute, que la ama…
¡Enjoy! Justo lo contrario de la culpa…
Sí, hay que vivir la vida desde la dicha. La vida te permite situarte en un punto. Es mi forma de enfrentar la vida y la forma de enfrentarla es una eleccion. Pero una elección que proviene de la búsqueda de conocimiento, del trabajo con uno mismo, para que la vida no sea tan dura, tan angustiosa…
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