De niña, de adolescente, me preguntaba si ellos también deshojaban margaritas. Ahora me pregunto si las representantes de la nueva generación, las que ahora comienzan a salir y enamorarse, llevan a cabo esta práctica ingenua.
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Probablemente sí lo hagan. Aunque tenemos redes sociales, internet, comunicaciones instantáneas y muchas alternativas de entretenimiento, las supersticiones tienen su encanto, aunque no creamos en ellas… y tal vez por eso.
La superstición, el lugar común, el ritual… ¿qué haríamos sin ellos? Tomar la margarita por el tallo, arrancar los pétalos uno por uno, pronunciando “me quiere, no me quiere, me quiere…” El último pétalo será quien determine la fortuna o la desgracia del destino. Qué solemnidad, qué ridiculez, qué lindura.
Incluso se podría contar los pétalos de la flor, para obtener el “resultado correcto”: si el número de pétalos es impar, entonces, definitivamente, me quiere. No está de sobra mantener el dato en mente, si es que queremos jugar a las supersticiones y hacerle trampa a lo que no existe.
Desde tiempos remotos, los enamorados han practicado diversas supersticiones relacionadas con “el verdadero amor”. Aquí algunas de ellas… por si las moscas.
En los Balcanes existe la tradición de que si una mujer desea conquistar a un hombre, debe recoger un poco de tierra en la que éste haya estado parado, ponerla en una maceta y sembrar allí una caléndula. Se supone que a medida que la flor se desarrolla, el receptor del hechizo caerá enamorado de la autora. Nos encanta involucrar flores y plantas en cualquier proceso.
En Estados Unidos, las chicas de las montañas Ozark tienen la costumbre de llevar puesta la barba de un pavo salvaje (una especie de mechón que sale del pecho de estas aves) para llamar la atención del sexo opuesto.
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En algunos pueblos Texas se recomendaba a las muchachas que tuvieran a la mano y escondido un sapo tostado (¿?), pues la práctica las volvía más atractivas. También se decía que si una muchacha escondía una pluma de gallo en un guante y estrechaba la mano del joven deseado, podía conquistarlo.
El deseo de encontrar el amor puede llevar a extremos escabrosos. En Irlanda se decía que un joven podía conquistar a la amada indiferente si le arrancaba un cabello a escondidas. Después debía insertar el cabello en una aguja y coser con ese hilo preciado la pierna o brazo ¡de un muerto!
En algunas culturas existió alguna vez la creencia de que las mujeres podían encontrar el amor si conseguían una aguja que hubiera sido clavada en un cadáver, le echaban tierra de una tumba ocupada y la envolvían en un sudario. Se decía que el talismán era infalible.
Y está el terreno de las pócimas amorosas. El escritor canadiense Douglas Hill registró una receta en que la mujer debía remojar un puñado de sus uñas cortadas en un poco de agua y luego dársela a beber al hombre elegido. Otra receta, también anotada por Hill, sugería utilizar en la pócima una gota de sangre menstrual. Qué horror.
La misma lógica aplicaba a los varones en la antigua Alemania, en donde el joven enamorado debía hincarse un dedo y echar una gota de sangre en la bebida de la mujer deseada.
Definitivamente, prefiero seguir deshojando margaritas.
Fuente: El Club de lo Insólito