Internet, qué maravilla, ¿cierto? Conexiones de tiempo completo, actividad social en línea, el amor y la posibilidad. Lástima que los romances no sean como los pintan. Porque enamorarse tiene consecuencias: algunas difíciles, otras ridículas, y algunas de ellas se quedan para siempre en la red.
Tú y la otra persona se conocen, comienzan a salir. A veces la cosa se fastidia en las primeras citas. Pero otras, resulta que ustedes dos se entienden, que la relación avanza, y es entonces cuando hay que cuidarse, porque ambos han comenzado a compartir un montón de evidencias amorosas que quedarán registradas en el universo digital.
Primera etapa: el idilio
Durante los primeros meses, de la otra persona sólo obtienes likes, arrumacos verbales y declaraciones devotas en las entradas de tu blog. Tú y él son los reyes absolutos del amor en internet, o por lo menos así te sientes. Poco a poco, sus perfiles en redes sociales se van llenando del otro, qué lindura. Tus amigos comienzan a hartarse de tanta melcocha pública, pero no importa porque el idilio bien lo vale. Y luego, sucede lo inevitable: recibes un inbox de ruptura, porque vivimos en tiempos de finiquitar relaciones desde el iPhone. Tu corazón se hunde en el fango.
Segunda etapa: el masoquismo
Durante las siguientes semanas, lo compartido por ambos en redes sociales se convierte en tu obsesión. Te pones a buscar esas fotos de los dos en Facebook, los tuits que se mandaban, los hashtags que entrañaban chistes privados y las fotos de Instagram. El fin de semana entero está lleno de memorias distantes, que quedaron documentadas en las redes y, que ahora se estrellan en tu cara. Todo sigue ahí, las fotos, las palabras, el check-in de los lugares que visitaron suspirantes, tomados de la mano. Todo, a excepción de ustedes dos juntos. Lo peor: la otra persona continúa actualizando sus perfiles, y tú ya no figuras en ellos.
Tercera etapa: la (aparente) liberación
Entonces decides que el asunto no merece ni tu tiempo ni tus lágrimas ni tus insomnios, y comienzas a sentirte como la anterior tú , la que fuiste antes del idilio. Soltera, libre y hasta sexy. De repente, notas que has dejado de preocuparte por los testimonios digitales de tu relación pasada, para centrarte en lo que sea que el futuro tenga preparado para ti.
Cuarta etapa: la reincidencia
Pero, un mal día, te tropiezas en la pantalla con una foto suya, y te asomas a su perfil, nada más por no dejar. Te encuentras con que conoció a otra persona, alguien que luce bastante bien y que ha comenzado a reinar en sus perfiles. No puedes dejar de mirar. En lugar de cambiar de ventana, indagas, sólo para martirizarte con cada nuevo perfil consultado. Incluso te metes al Twitter de ella, que es guapísima y dice cosas inteligentes, sin faltas de ortografía. El infierno.
La regresión es inevitable. Bastó una sola fotografía para derrumbar tus avances. Pinche internet, te dices. Tus siguientes actividades se limitan al llanto, la maldición, la compasión hacia ti misma y el pataleo. En el mejor de los casos.
Quinta etapa: el ya ni modo
¿Cómo se supone que superes la ruptura si la otra persona se te aparece por todos lados, e incluso se da el lujo de tuitear brillanteces que te hacen lamentarte más? Y tampoco se trata de darle unfollow, lo cual no sería civilizado y ventilaría tu rencor. Definitivamente, la ruptura habría sido menos tortuosa en tiempos previos a internet. Ni hablar, haces acopio de tu fuerza mental, eliminas la opción “mostrar en noticias” de su perfil en Facebook, te tragas sus buenos tuits y sobrevives. Como las grandes.