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Mecánicos para reparar el corazón

Se solicita un buen mecánico que repare lo más importante: un corazón roto.

Poniéndonos un poco sentimentales, he de admitirlo: no es fácil cargar con un corazón roto. A muchas personas, y me incluyo, les parece una tortura el tener aquellos sentimientos guardados y “cortados”, por decirlo de algún modo. Mas, sin embargo, hay algo en nosotros que día a día busca volver a pegar eso que dentro de cada uno quedó en pedacitos.

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Ahora, yendo al grano, ¿qué pasaría si existieran los mecánicos del corazón? Expertos hojalateros que se dedicaran a soldar aquellas partes que quedaron entreabiertas y que amenazan con volver (o que no se resignan a no volver jamás). Sería, sin duda, una de las profesiones mejor pagadas del mundo laboral, ¡se los garantizo!

Un mecánico del corazón tendría que curar aquellas heridas que, aun infectadas, no cesan de suturarse. Un mecánico del corazón tendría que reconocer las partes buenas y malas que sirvan de la chatarra que te ha dejado el desamor últimamente. Especialistas en la soldadura de corazones: clandestinos y hasta con maestría.

En pocas palabras, un mecánico del corazón debería curarte el corazón. Y para ello, por qué no, lucir un cuerpo bastante atlético con un abdomen de acero que sea digno de robarte más de un suspiro, como buen mecánico de película de estilo The Fast and the Furious; o, bueno, al menos así es como me lo imagino yo: con todos sus artefactos para reparar automóviles. Digo, corazones.

Aunque, ubicándome en la realidad, creo que los verdaderos mecánicos del corazón en verdad existen.

Los mecánicos del corazón están ahí. Uniendo lo que alguien más separó; pegando y suturando nuestras heridas, aun si bien no lucen como Vin Diesel o Channing Tatum. Y no necesariamente tiene que ser otra persona, no me refiero a que alguien más llegué a reparar el daño que ya está hecho; me refiero más bien a un simple libro, a un canción, a un película de humor barato, a un perro callejero juguetón y, bueno, sí, a un guiño coqueto o mirada risueña que lejos de hacerte llorar, logran hacerte sonreír después de mucho tiempo. (A veces incluso hasta 2 años, o más.)

Y lo curioso de todo es que, a final de cuentas, cada quien podemos ser nuestro propio mecánico del corazón.

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