Imaginemos la escena: estás conectada a Facebook, tu crush también; podrías hablarle, pero en ese preciso momento se te aparece una imagen que dice alguna frase cliché a la que tú entiendes como “podría hablarte, pero no me atrevo”. ¿La compartes?
Y es que las indirectas pueden convertirse en un juego de nunca acabar si, además, es correpondido. Cuando 2 personas se ven envueltas en indirectas (y mucho comparten, pero poco se dicen), el “romance virtual” tiende a durar más por la duda de si de verdad sus indirectas son para ti o tan sólo te estás adjudicando sentimientos que ni al caso.
El error más conocido a la hora de las indirectas es la incertidumbre y el subestimar que este juego no sea ya demasiado público, que ya todos sepan que a esa imagen que compartiste no le hace falta el nombre de quien quieras que la lea. Muchas veces creemos que los hombres, como supuestamente ni se fijan en eso, no tienen ni idea de que nosotras tenemos sentimientos por ellos. Cuando, en realidad, ¡bueno! No cesan de sonreír con soberbia ante cada imagen, cada estado, cada tweet.
Pero, además, me he estado dando cuenta de algo: las indirectas también tienen etapas. ¡En verdad! No sólo es pasarse la pelotita indirectamente, ¡esto un juego con sus niveles! Miren:
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Imagen cursi.
Generalmente, tiene la leyenda de algún famoso poeta como Benedetti. Ésta la aplican mucho los hombres que te siguen el juego en esto de las (cobardes) indirectas. -
“Te extraño”, “te quiero”.
Palabras que sueltas al aire y que, sin embargo, esperas que aterricen a ojos de alguien en especial. -
Carita triste.
Esto a veces es lo equivalente a un “oye, ya dime algo claro, ¿no?”, pero casi nunca funciona.
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Carita feliz y corazón.
Este tipo de indirecta es la indirecta desesperada, es la indirecta del “ya no me importa”, es la indirecta del “te voy a dar celos para ver si así ya me dices algo”. Casi nunca funciona, pero ten algo por seguro: si el hombre es sensible, sentirá no exactamente celos sino una enorme confusión con respecto a tu comportamiento. -
Canción en YouTube cuya letra te recuerda remotamente a él y quieres que lo sepa.
Esto sería algo así como un “aquí vamos de nuevo”, un “regrese al paso 1”. (Y lo más probable es que el hombre ni siquiera escuche la letra de la canción, así que bien podrías dedicarle un buen reggaetón sin tanto esfuerzo en buscar la letra que mejor les quede a ambos.)
Ahora, aquí va mi sermón.
¿Cómo es que pasamos del tan caballeroso y guapo príncipe azul al hombre que comparte una imagen en una mísera red social y ya te das por bien servida? Y esto va también para nosotras las mujeres porque, digo, ¿cómo llegamos a rebajarnos tan cobardemente y de tal manera que nos prestemos a esa clase de juegos que tan sólo perjudican nuestra reputación? Y ya sé, ya sé: que el príncipe azul ni siquiera existe, que esos juegos son para gente inmadura; pero a ver, hagan un ejercicio conmigo, vayan directo a la página de inicio en Facebook y manténganse ahí durante 10 minutos. ¡Les garantizo que al menos encontrarán 2 coincidencias entre un hombre y una mujer que comparten imágenes con leyendas cursis! Y lo curioso es que ustedes y todos los demás estarán formando parte de algo que, a mi parecer, no debería de ser tan público ni tan cobarde.
Por último, les dejaré aquí un pequeño consejo:
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¡No publiquen indirectas en las redes sociales!
A veces es inevitable, pero créanme: es una manera en la que solopan la cobardía del hombre (y la suya) y, quieran o no, alguno de los dos tendrá que decir algo. Y si ninguno lo hace, bueno, quizá sea una señal de que las cosas están mejor así.
Y, una vez que se liberen a este juego de las indirectas, les queda eliminar todas aquellas ojeras que dejaron huella por todas sus desveladas en las que “no le hablaban si él no les hablaba primero”.