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Por Angélica Salas. Fotografías: Marco Leal.
El eslogan de la más pequeña de los Enríquez-Ominami Doggenweiler fue «una candidata bien educada, simpática y feliz». Ganó con 20 votos. MEO mandó a enmarcar el acta electoral. ¡No es para menos! «Con esto, Manuela entiende mejor lo que estoy haciendo. Antes me preguntaba, ¿a qué te dedicas?».
A todo esto, la frase de Enríquez-Ominami es «Eo Eo Eo, por fuera viene MEO».
Qué importante este año para ti: además de tu candidatura, cumples 40 años, 10 de casado…
Estoy como impresionado con esto de cumplir 40, porque no dejo de pensar que mi padre murió a los 30. Y él a esa edad tenía tres hijos ya…, yo tengo dos. Es extraña esta experiencia de tener más vida que mi papá. Creo en eso de que los 40 son los nuevos 30, porque me siento con fuerza, con empuje. Siento la diferencia con los 35, estoy más confiado, con más aplomo. Ya cumplí con todos los clichés: tener hijos, escribir un libro y plantar un árbol (una araucaria en la casa). Y es con los hijos con lo que más me asombro. Tengo a la Fernanda, que la siento absolutamente mía, que ya tiene 17 años, y pensar que la conocí a los 8… Y Manuela, mi presidenta.
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¿Cómo eres en la crianza de tus hijas?
Con Karen tenemos pasaportes distintos en esta materia. En temas como de traer amigos a la casa, el liberal soy yo y Karen la conservadora. En materia académica, soy el momio: me gusta que en mi casa los domingo se esté leyendo y estudiando.
Soy un padre que por estos días no está mucho; por ejemplo anoche llegué de Perú a las 3 de la madrugada y me levanté a las 7.30, pero ellas a esa hora ya habían partido al colegio. Hoy termino mis actividades a las 12 de la noche.
Claro que he mejorado mucho. El 2009, al finalizar mi participación como candidato presidencial, me hice una crítica pública y les pedí perdón de la misma manera, por no haber sabido cuidar los tiempos con ellas, trayéndome muchas veces mis miedos, mi estrés a la casa, y no aportar desde la No alegría. Ahora gustoso me las arreglo para llevarlas al colegio. También ha pasado algo muy positivo: las he llevado a mis actividades y han quedado ‘horrorizadas’ de la cantidad de horas de espera mientras estoy escuchando a una junta de vecinos, y ellas no pueden usar el teléfono ni jugar. Se han dado cuenta que cuando no estoy con ellas, no es porque estoy divirtiéndome en otro lado. Estoy leyendo un libro súper bueno que se llama «Los padres tóxicos», y ahí sale lo importante que es explicarles a los niños que entiendan exactamente qué haces y dóndes estás, porque si creen que lo estoy pasando bien, sin ellas, se resentirán, pero ahora comprenden que mi ausencia no es una negación hacia ellas, sino que un deber. Y cuando llego de mis actividades, morimos de amor.
¿Cómo les has enseñado a lidiar con lo que significa ser hijas tuyas?
Cuando eres hijo de alguien controversial, es duro. Yo viví eso de llegar a la casa de amigos, y sus papás con mala cara. O alguien invitaba a todos a algo, menos a mí. Mi mamá me instó a preguntar por qué. Y recibí la respuesta de «es que mi papá es de derecha y no quiere que a la casa vaya el hijo de un terrorista». Eso, no quisiera que lo vivieran ellas. Les he explicado que lo van a pasar bien…, y muy mal. Ser hijas nuestras significa tener acceso a una cantidad de gente fascinante, a que los domingos se hablen temas interesantes. En París, le pedí a Fernanda que me acompañara a almorzar con Raúl Ruiz. Comprensiblemente, me dijo que le daba lata. ¡Pero no se podía perder conocer a alguien que iba a pasar a la historia como el mejor cineasta chileno!, así que igual fue. La parte mala, es que mucha gente te va a pasar la cuenta sobre mi posición, por ejemplo, sobre el aborto.
¿Qué te ha aportado una figura tan potente en tu vida como tu madre, Manuela?
La madre soltera que se tuvo que ir al exilio a Francia, con un hijo de un padre asesinado, sin hablar francés. Para trabajar, me dejó a cargo en la Municipalidad del lugar donde vivíamos, casi todo el día. Yo soy un hijo criado por el Estado.
Tenemos una amistad intelectual de mucha discusión. Nosotros no nos tocamos: nos saludamos de mano. La tesis de educación de ella fue «el exilio es tan duro, no sabemos lo que nos puede pasar, criaré a Marco preparándome para lo peor, la separación». Desde los 4 años me mandaba de vacaciones por un mes a la Municipalidad. Para ejemplificártelo, me iba como a Buin, a una carpa que se instalaba al frente de un castillo, con árabes, con los niños más pobres de la comuna, multiculturalismo total, así, por 10 años. Ella podía ir a verme cada 15 días, y me llevaba un chocolate. Cuando le pregunté por qué lo hizo así, me dijo que tanto ella como Carlos (Ominami, su segundo padre), tenían que trabajar, que estudiar, pero principalmente, era tanto su amor por mí que sentía que debía prepararme para estar solo. También me impactó su generosidad para aceptar a otra hija de Miguel (Enríquez, su padre progenitor), y enseñarme a quererla como hermana. Mi madre es convicción.
¿Y Karen?
Ella es la híper protección, la híper presencia, el híper amor. Contenedora.
Con ella me solté desde que nos enamoramos. Me dijo una frase que, desde mi ideología de ser educado en el amor en la escasez, acostumbrado al «no sé si te veo hoy», «tal vez te llame», «déjame ver», me golpeó. La Karen planteó hacerlo al revés, me dijo «veamos quién quiere más al otro». Me desarmó. Ella es esperanza, optimismo, Carpe Diem, pasémoslo a concho en todo. Es el mejor consejo que una mujer me ha dado.
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