Cuando yo era chico (y no fue hace mucho tiempo) no habían restoranes de comida rápida, no existía internet ni mensajes de texto y para jugar en mi Atari 800XL, tenia que esperar casi 30 minutos para cargar el juego.
Los electrodomésticos estaban ahí desde siempre y si alguna vez se echaban a perder, no se botaban y cambiaban por otro… se reparaban. Me imagino que eso era un pésimo negocio para las industrias, aunque el electricista, la costurera o el zapatero se vieran beneficiados. A todos ellos los conocía, sabia sus nombres y ellos el mío. Hoy las cosas han cambiado rápidamente…
Hace aún mas tiempo, los matrimonios eran arreglados por los padres en base a consideraciones familiares, salud, nivel socio-económico-cultural, etc.
El matrimonio era más una alianza de familias que de individuos y servía para preservar el linaje, las propiedades familiares y socializar a los niños en su lugar, dentro de la fábrica social. Las parejas no se casaban por amor, con su “media naranja”, esperando ser felices, teniendo al lado al mejor amigo, amante, terapeuta, consejero, etc. No se buscaba, ni mucho menos tenido éxito, en juntar amor romántico, sexo y matrimonio en una sola institución.
Los griegos juntaban sexo y matrimonio, reservando el amor romántico para las relaciones entre hombres y muchachos. En palabras de Welwood: “En el amor cortesano del siglo XII, del cual vienen nuestras ideas acerca del romance, el amor entre el hombre y la mujer estaba formalmente dividido del matrimonio. No fue hasta el siglo XIX que los victorianos tuvieron una visión del matrimonio basada en ideales románticos”. Pero lo excluido era el sexo. La mujer era considerada enferma si tenía deseo o placer sexual. El placer del sexo estaba relegado a los prostíbulos.
Es sólo una creencia muy reciente que amor, sexo y matrimonio deben encontrarse en la misma persona. Somos los primeros que tratamos de juntar el amor romántico, la pasión sexual y un compromiso marital monógamo en un sólo acuerdo. Según Margaret Mead, es una de las formas matrimoniales más difíciles que la raza humana ha inventado.
El problema (para algún@s) es que esta dificultad, el sufrimiento, los problemas y conflictos inherentes al ser pareja, dentro del contexto de lo inmediato y desechable, se traducen en lo siguiente:
Según el estudio de Ricardo Viteri, director de Separadosdechile.cl, respecto a la tasa de divorcios, índice de divorcialidad y de quiebres matrimoniales en Chile, reveló que nuestro país alcanzó en Abril 2012 el índice de quiebres matrimoniales más alto de su historia, con un indicador de 118,5% que se traduce en que por cada 100 matrimonios celebrados ante un oficial del Registro Civil, otras 118 parejas inscribieron su quiebre matrimonial en esa entidad pública.
La tasa de divorcios chilena del año pasado, correspondiente a 3,6 divorcios por cada 1000 habitantes es la más alta de Sudamérica y una de las más altas del mundo, de acuerdo a las estadísticas publicadas por la Oficina de Estadísticas del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas.
La separación muchas veces se toma como primera alternativa y rápidamente escucho: “no funcionó”, “se terminó el amor” o “no estábamos hechos el uno para el otro”…Para algunos el quiebre significa más dolor que para otros. Lo mismo para los hijos de esos padres que se separan.
Mi idea no es hacer juicios de valor ni caer en una visión moralista, con el ínfimo o nulo aporte que esto implicaría, pero sí que nos preguntemos si nos esta sirviendo relacionarnos así.
¿Sabemos lo difícil que es ser pareja? ¿Qué estamos haciendo o dejando de hacer para llegar a estos números? ¿deberíamos re-construir un nuevo concepto de matrimonio?¿deberíamos aprender a relacionarnos de una manera distinta? ¿Estamos asumiendo con compromiso y responsabilidad el “Si” que damos libremente?