Hace pocos meses estoy viviendo una nueva relación de pareja, la que a decir verdad comencé sin muchas expectativas y sin esperar nada, pero con la que me he llevado grandes y lindas sorpresas. Les puedo afirmar que estoy enamorado.
Él es el tipo de hombre que buscaba hace tiempo. Contenedor, mino, interesante, maduro entre muchas otras cosas. Pero al mismo tiempo esa madurez lo hace en ciertos aspectos un hombre más complejo. Tiene un sentido más amplio de lo que es la confianza, el respeto y la fidelidad, valores que en mi relación anterior claramente había llevado de forma distinta, quizás con el relajo del amor juvenil.
Siempre he creído que en las relaciones de pareja la confianza es importante, pero no más que la seguridad en si mismo. De lo contrario significaría vivir mortificado por el miedo y la paranoia. Creo que mantener una relación es posible con al menos uno de estos ingredientes, y de hecho me parece que es bastante común, después de todo la perfección (casi) no existe.
¿Han recibido de sus parejas regalos tan emotivos y llenos de sentimiento que han decidido atesorarlos por siempre? Bueno, hace un tiempo me encontré con uno de esos regalos, un bello cofre fabricado especialmente para mi novio. Un regalo de su último ex.
He aquí el primer acontecimiento, involuntario y accidental por cierto. Sin tener conciencia de lo que estaba a punto de descubrir, abrí el cofre y casi como un acto innato mis ojos se fueron directo a la tapa, en donde yacía una dedicatoria escrita con todo el amor y la ternura de los primeros meses de noviazgo.
Sin darme cuenta estaba violando la confianza y además estaba dejando que la inseguridad se apoderara de mi. Es que frente a semejante hallazgo ¿ustedes se hubieran podido aguantar ese acto simple y visceral de escudriñar en la intimidad de alguien que están conociendo?
Empecé a cuestionarme si acaso mi nueva historia de amor tendría el mismo fin que la del el ex novio del cofre, y si estos meses de amor desenfrenado acabarían en palabras relegadas a un estante. De pronto me sentí en el limbo.
Ahora viene el acontecimiento número dos. Ante mi angustia por mi hallazgo y la imposibilidad de hablar con un amigo, decidí llamar a una amiga de mi novio. Con algo de vergüenza le conté lo sucedido bajo estricto secreto, a lo que ella respondió con las palabras perfectas para traer de vuelta la seguridad en mi y en mi nueva relación.
Mal hecho. Nuevamente estaba quebrantando la confianza, al pretender que la amiga de mi novio fuera mi cómplice y ocultáramos los hechos. Bueno y el tercer acontecimiento ya se lo imaginarán. Ella no pudo guardar el secreto. Lección; los amigos de los novios siempre serán eso.
Mi novio se acaba de enterar y está herido, molesto, decepcionado. Conmigo y en parte también con su amiga, que le contó todo varias semanas después de sucedido los hechos. Hasta este momento nunca había reparado en el verdadero valor de la privacidad y la confianza, la que siempre se traducía simplemente en no flirtear o tener sexo con terceros, pero nunca desde el sentido más profundo de la lealtad.
Ahora lo entiendo de otra manera, dicen que a golpes se aprende. Me encargué de aclarar que todo lo que hice fue sin tener conciencia de que era algo grave y mucho menos con malas intenciones, pero definitivamente le ocasioné un mal rato a mi novio y fueron puntos en contra para mi, al menos por un rato.
Es un poco cliché comparar la confianza con un plato roto, pero es verdad. Aunque lo pegues, las trizaduras seguirán siendo visibles.
Mister Dirk.