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Ancianos abandonados: Una trágica realidad

Nos dan pena los animales... ¿Pero qué nos pasa con los ancianos?

La población está envejeciendo, la medicina ha avanzado y permite que cada vez vivamos más tiempo, pero no necesariamente con la mejor calidad de vida. Llegar a viejo debe ser penca porque te duele todo; las rodillas, el cuello, la espalda; te cuesta moverte y hay cosas que ya no puedes comer porque ni tus dientes ni tu estómago lo permiten.

Más difícil es llegar a viejo en una sociedad que se obsesiona por la juventud y que muchas veces es incapaz de tolerar a los ancianos. Los considera torpes, hediondos, poco útiles y un cacho que les impide hacer su vida “normal”. Por suerte, reclama, pero igual se hace cargo de ellos.

No todos los adultos mayores corren la misma suerte. Entrevistando a una persona a cargo de la Hospedería de mujeres del hogar de Cristo, supe que llegaba gente en auto, dejaba a una abuela en la plaza al frente y la dejaba ahí horas. El guardia la veía, avisaba y la iban a buscar. Calor o frío, noche o día, no importaba: “Señora, ¿Por qué está aquí? “No sé, mi hijo dijo que venía altiro”. Por supuesto nunca volvía. Era abandonada como un bebé expósito o peor, como un perro que se va a dejar al cerro.

Qué triste. Ni siquiera se puede decir que “bueno, para eso no tengan hijos” o “para eso no tengan perros” como a la gente que abandona a sus hijos o a sus perros. Nadie se “salva” de tener padres, por decirlo de algún modo. Hay que cuidarlos, por malos padres que hayan sido.

Supongamos que una familia decide cuidar a su padre, madre, abuelo o abuela; no puede dejarlo solo durante el día porque su salud necesita cuidados y porque su deteriorado estado mental no lo hace estar en sus cabales. Entonces se da cuenta de que lo único que puede hacer es buscar un hogar de ancianos donde puedan cuidarlo e irlo a ver lo más posible.

Desembolsa no poco dinero para simplemente esperar que a su ser querido le den los mejores cuidados, o que al menos lo hagan con cariño y preocupación. Nadie espera que lo limiten a usar sólo un pañal si tiene problemas de incontinencia o que no se preocupen de él.

Aunque la persona lo vaya a ver periódicamente, es difícil pesquisar ciertos maltratos o abusos; una tía visitaba a una tía de su marido; y cachaba cosas raras; pero no podía confirmar nada.

Ayer en la mañana vi una nota en el matinal donde una trabajadora de un asilo de ancianos mostraba las deplorables condiciones en que tenían a los viejitos: sumado a lo del pañal, la dueña del asilo había amarrado una especie de recipiente plástico al pene del anciano, para que orinara dentro de esto y así no ocupara tantos pañales, no le cambiaba las sábanas y lo trataba pésimo.

Por suerte la empleada tuvo la inteligencia de grabar en su celular y dejarle el teléfono a uno de los internados para poderlo llamar y saber cómo estaba.

Tanta pena que nos dan los animalitos y los niños y las guaguas; ¿Por qué no nos dan pena también los viejos? Ojalá que nadie llegue a viejo así de enfermo y abandonado.

Tuve que apagar la televisión, pues ya iba saliendo. Justo entra mi mamá en la pieza y le dije que por favor hiciera puzles para que no le diera alzheimer, porque ni muerta la metía a un hogar de ancianos.

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