Vamos a ser bien honestos. Las cosas como son: todos queremos ser como Berlusconi y Charlie Sheen.
Es bien fácil mirarlos por encima del hombro y decir: “Sheen está super cagado” o “Berlusconi está perdido” cuando salen esas fotos donde aparecen curados como zapato, más duros que pan del año pasado y por supuesto, con dos, o tres, o cuatro agraciadas señoritas que de señoritas tienen bien poco.
Aunque les quiten a los hijos, la libertad o la presidencia de la nación, les importa un reverendo pepino. Siguen carreteando como si el mundo se fuera a acabar, haciéndose bolsa, pasándolo chancho y gastándose miles de dólares en escorts, copete y de todo lo que se puedan imaginar, porque la plata compra lo que sea. Para ellos, incluso compra la felicidad.
¿Cómo no vamos a querer tener millones de dólares, compartir la cama con la cantidad, variedad y calidad de las mujeres que queramos, decir lo que se nos antoje a quien sea y arreglárnolas para salir airosos? Al menos hasta ahora, Sheen y Berlusconi han sabido salir del paso moviendo sus influencias o siendo tan encantadores como ellos mismos.
Cancheros como ellos solos, estos vividores han sabido hacer de sus trabajos un hobby; Charlie Sheen, no tiene más que ser el mismo en las grabaciones de la cancelada serie Two and a Half Men. El personaje protagonista de la serie, Charlie Harper, no es más que un cameo de la persona misma de Sheen. Berlusconi, por su parte, de repente debe trabajar un poco más que Sheen, pero no pierde oportunidad para nombrar a las ministras más ricas y para hacer las giras que pueda a la pieza del hotel más bacán que encuentre, con la huachita más fresquita que sea legal tirarse. (Bueno, un error lo comete cualquiera)
¿Cuál es la moraleja de esta nota? Ninguna. Que como somos más pobres que el chavo, el único consuelo es decir “Está súper cagado Charlie Sheen” pero a lo mejor, si no estamos igual de carreteados es sólo porque no fuimos millonarios y tuvimos que trabajar como el resto del perraje.
