Nos conocimos en primavera. Sí, en esa época del año donde todo florece y así nos ocurrió a los dos. Fue como en las películas, como cuando vez a alguien y las tripas, o mariposas -como les dice cursimente todo el mundo-, se te revuelven de tal manera que piensas que se te van a salir por la boca. Así por lo menos me pasó a mi cuando lo miré por primera vez. Él estaba sentado frente al Museo de Bellas Artes con un enorme block de esos que andan trayendo los estudiantes de arquitectura. Dibujaba con un lápiz de carbón que hacía que toda su mano se viera completamente negra y el muy egocéntrico no miraba a nadie, lo único que hacía era menear la cabeza con la canción que salía de su mp4. Yo andaba loqueando, obvio, matándome de la risa con mis amigas de la U, ya que justo a esa hora, de doce a tres de la tarde, teníamos todos los jueves una ventana del terror y preferíamos ir a pasar el rato lejos de esa latera, fría y pequeña facultad de periodismo.
Primero lo vio la Jose y nos dice – Miren el dibujo que está haciendo ese mino, es seco.- Yo sin impresionarme le dije – sí está bacán el dibujo, pero él para lo rico.- Fue en ese momento cuando Caro decidió ir a hablarle y decirle que yo lo quería conocer. La quería matar, pero no podía salir corriendo, nunca tan perna. Anto solo miraba y se reía sin parar. A algunos metros veía como mi amiga le hablaba y él la miraba seriamente, como diciendo “qué lata estas minas”, pero se paró y comenzó a caminar hacia mí. En ese instante era fácil sentir como me iba poniendo roja.
Él ya está a mi lado, nos saludamos, nos presentamos y nos damos un beso en la mejilla. Mis amigas se van y nos dicen -los dejamos solos, chao, nos vemos en la U. Ahí no me quedó otra que reírme, pedirle disculpas por la interrupción y le digo que si lo prefiere me puedo ir con ellas. Me dice que no, que él estaba feliz de conocerme, pues me había visto varias veces antes y nunca pudo hacerlo. Yo sólo lo miré con cara de sorpresa y sin poder creer lo chico que era mundo. – ¿Eres amiga de Constanza Guzmán?, me dice. –Sí, es una de mis mejores amigas del colegio- le respondo. Te he visto muchas veces carreteando con ella en la FAU-Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile-, pero me dice que la Cony le decía que odiaba que sus amigos se joteen a sus amigas por eso nunca se me acercó.
Conversamos toda la tarde y por supuesto que no regresé a la clase de Taller de Reporteo, preferí seguir conversando con él, pues, según yo, era todo lo que esperaba de un hombre. Divertido, inteligente y muy caballero. Cuando miramos la hora y notamos que eran cerca de las seis, decidimos ir por una micro. Como a ambos no nos servía la misma micro, él decidió acompañarme a tomar mi recorrido. Cuando vino la 362, me subí le di un beso medio cuneteado y quedamos de vernos el fin de semana.
Desde ese día no nos separamos jamás y estamos juntos hace más de cuatro años. Él a través del tiempo se ha convertido en todo para mí y hemos sido una pareja sin sobresaltos, sin discusiones y nuestras personalidades encajan. Pero ahora me ocurre algo que nunca antes me había puesto a pensar. Hemos llegado a un punto donde no sé si estamos juntos porque los años nos hacen pensar que nuestra relación es indestructible o porque tengo terror a estar sola. Siento que me quiere, que me apoya, que me escucha y soporta, pero yo cada día lo trato peor y sin quererlo. Debe ser porque quiero tener libertad. Levantarme sin tener que llamar a nadie, tomar decisiones pensando en mí y en nadie más. Empezar de cero, avanzar y parar de sentir que estoy en pausa.
Con él he vivido los mejores años de mi vida. Me ha hecho inmensamente feliz y siempre creí que con él pasaría el resto de mi vida. Él es amoroso, preocupado y sigue siéndolo, pero soy yo la que he cambiado y siento que ya no estamos hechos el uno para el otro. Cuando ahora me planteo aquello, se me hace un nudo en el estómago, como dice mi mamá, me hablan las tripas y tal como en un momento me dijeron que era el indicado, ahora me advierten que quizás lo mejor es que lo deje y aclare mi cabeza.
Pero ¿qué le digo?, ¿qué explicación le doy?, ¿qué haré sola?, ¿qué ocurre si me equivoco? Son preguntas que dan vueltas en mi cabeza todo el día y cuando lo beso, estas interrogantes se hacen más fuertes. Lo sé no es justo, siento como aún me ama, como aún quiere hacerme la mujer más feliz del mundo.
En su casa ya soy una más de la familia. Su mamá me trata como una de sus hijas. Sus tías cada vez que me ven me abrazan con cariño, sus hermanas ya son mis amigas, por lo que es inevitable no dejar de pensar en todo lo que tendría que dejar atrás si es que decido dejar de ser su polola, pero debo ser fuerte y dar el paso.
Sigo pensando en que él es una increíble persona, me ama con todo su corazón y no me da motivos para no estar con él. Siento, mientras escucho mis palabras, pues hablo todo el tiempo en voz alta, como ya no lo amo. Ya no siento esas ganas de sorprenderlo, de preocuparme o de escuchar todo lo que me habla sobre arquitectura.
Estoy acostada en mi cama revisando todos los mensajes de texto que me ha mandado a través del tiempo y comienzo a recordar nuestros mejores momentos juntos. Mientras hago esto, siento como una lágrima me llega a la boca. Descubro como todo se ha vuelto costumbre y que no puedo dejarlo por miedo a estar sola, a no tenerlo cuando algo me ocurra, a no comentarle mis logros y fracasos y a no volver a ver su cara en mucho tiempo.
Por todos estos años juntos él pasó de ser mi centro, mi pilar, el amor de mi vida a ser sencillamente mi compañero, mi amigo, pero la pasión ¿dónde se fue? Ya no pienso en hacer locuras íntimas ni tampoco dejo notas divertidas ni chocolates dentro de los bolsillos de su pantalón. Solo trato de luchar contra mi desmotivación para que él no note que dejé de amarlo, pero cada día se me hace más y más difícil, ya que todo se ha vuelto plano y rutinario.
Cada noche cuando voy a mi cama a dormir, no puedo dejar de recriminarme lo injusta que estoy siendo y pido a gritos que mi corazón vuelva a sentir lo que hace años provocaba que se me erizara la piel, pero es imposible. Estoy intentando ser feliz aunque sé que vamos a ser infelices teniéndonos el uno al otro, pues ya nada es igual. Pero esta noche es diferente, ya que la valentía por fin llegó a mí y me convenzo de que uno no debe estar con alguien solo porque es buena persona, por ello debo hablar, ser sincera y dar la cara. Quiero el cambio que busco. Hablaré, pues tengo la convicción de que merezco a alguien que me ame como yo espero y logro comprender que los grandes amores también se acaban. Ahora sé que, a la larga, seré feliz sin él.