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Mujeres: ni hembristas, ni feminazis, ni feministas ‘extremistas’

Cada vez que una mujer alza la voz para denunciar una injusticia o manifestar su punto de vista, muchas veces se considera que es una ‘feminazi’

Por Felipe Oliva 

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Nos acostumbran tanto a colocar a los hombres por sobre las mujeres que la sociedad llega a pensar que si el hombre no está a cargo, está sometido; los machistas usan la palabra feminazi porque saben que feminista ya no conlleva el estigma de antes.

No hay tal cosa como hembrismo o feminazismo, ni hay feminismos ‘demasiado extremos’. Para empezar, no hay una medición objetiva de hasta dónde un movimiento o una activista debe y no debe llegar, si se comporta o no de forma ‘adecuada’, y menos si ésta medición nació de mentes machistas y patriarcales.

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Las hembristas y feminazis son conceptos inventados por el patriarcado para intentar limitar los alcances del movimiento feminista, determinando lo que el feminismo debería y no debería querer cambiar. Con ello intenta dividir a las feministas en dos grupos: uno que se considere socialmente aceptable y otro que no, y de esa manera exponerlas a un juicio público si se ‘pasan de la raya’ —según los estándares del patriarcado—, mediante la asignación de uno de esos epítetos con que se designa a quienes se considera ‘extremistas’.

Son una letra escarlata para el siglo XXI, una más como ‘puta’, ‘luchona’, ‘abortista’, ‘histérica’, etc. Una forma más de intentar avergonzar y condenar a las mujeres por pelear por sus derechos y sus libertades de una manera que cuestione e incomode a los hombres, al patriarcado y a sus privilegios. Una forma más, tan fallida como las anteriores, de limitar un movimiento que sólo crece cada día. Insisto, no existe tal cosa como hembrismo o feminazismo, ni feminismos demasiado extremos; el machismo no es objetivo, ni lo son sus juicios, no existe una definición transversal de feminazis o hembristas como no existe un parámetro o manual de comportamiento o lucha apropiada para el feminismo, y menos uno escrito y delineado por el patriarcado y sus defensores.

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La única razón por la que el feminismo en cualquiera de sus formas parece extremo es porque la mentalidad que lo juzga es machista. Todos somos criados y educados machistas al punto de creer que el machismo que sustenta nuestras relaciones interpesonales, jerarquía y estructura social es objetivo, neutro. La misma razón por la que, tras ser educados para considerar a los hombres más importantes que las mujeres, más valiosos que las mujeres, y más capaces que las mujeres, mucha gente siente que considerar a las mujeres y a los hombres en igualdad de condiciones es un ataque a los hombres, es rebajar a los hombres.

Nos acostumbran tanto a colocar a los hombres por sobre las mujeres que la sociedad llega a pensar que si el hombre no está a cargo, está sometido. Estamos tan acostumbrados a pensar de formar jerárquica, siempre con alguien mandando y alguien obedeciendo, que mucha gente es incapaz de concebir una sociedad igualitaria donde nadie esté a cargo, donde todos seamos libres. Tan acostumbrados a que ‘alguien’ tiene que estar a cargo, que cuando el feminismo sugiere que ese rol no le pertenece al hombre, asumen entonces que están diciendo que le pertenece a la mujer, y sólo a la mujer, y que el feminismo busca someter al hombre como el patriarcado ha sometido a la mujer.

La mentalidad machista que les han inculcado es tan violenta en sus actitudes y acciones que no son capaces de imaginar un movimiento que busque el bienestar en lugar del abuso, comunidad en lugar de conquista, que busque igualdad y no subordinación. El supuesto extremismo y violencia que algunos ven en el feminismo no es más que una proyección de sus propias creencias de cómo una ideología debería imponer su doctrina, de cómo un sociedad debiera siempre y por obligación dividirse en explotador y explotado. La supuesta violencia del feminismo sólo existe en las mentes de gente tan adoctrinada al machismo que interpreta reformas, reivindicaciones y protestas a su doctrina como violencia, como ‘venganza’.

Lo peor es que esta mentalidad delata que todos ellos están claramente, muy conscientes que esa desigualdad existe, que ese abuso contra la mujer existe y ha existido siempre pues si no, ¿por qué le tendrían tanto miedo a una supuesta reversión de los papeles?

Los machistas no llaman feminazis ni hembristas a las feministas que caen en una cierta conducta tipificada o determinada, le llaman así a cualquier mujer —se identifique como feminista o no— que les cuestione sus privilegios, que les incomode con sus declaraciones o su forma de pensar o actuar, que se rebele contra sus acosos o abusos, que se atreva a destacar o sobrepasar a un hombre, que se atreva a exigir trato justo e igualitario, que se atreva a demandar control absoluto sobre su propio cuerpo o labores reproductivas, que desee representación política equitativa o igual salario, en fin, a cualquier mujer que levante la voz contra las injusticias que tanto ella como las demás mujeres enfrentan y lo haga de una manera que señale al patriarcado y a los hombres que lo sostienen, defienden y perpetúan (por conveniencia, costumbre, ignorancia o todas las anteriores) como justos responsables, como justos culpables de aquellas injusticias, de aquellos abusos, de aquella desigualdad.

No, las feminazis y las hembristas no son feministas que se pasaron de la raya, no son feministas que buscan la supremacía de la mujer o la subyugación de los hombres, feminazi y hembrista son términos que los machistas aplican a cualquier mujer que se atreva, aunque sea con su mera existencia, a poner en peligro al patriarcado, a cualquier mujer que les cause molestia o incomodidad, social o personal. Puede ser una mujer muy vocal con su feminismo, puede ser una mujer que critique su comportamiento, o puede ser una mujer que rechace sus avances indeseados, es así de ambiguo y así de vago. Es un término insidioso y totalmente subjetivo que el machismo usa a su conveniencia apenas considera que una mujer posee una postura que le amenaza. Y si creen cualquier otra cosa, si realmente creen que existe una forma correcta de ser feminista que satisfaga al machismo y al patriarcado, una forma apropiada que sea capaz de lograr la igualdad sin causar inconveniencias a nadie, que se puede ser una ‘buena feminista’ o como dicen algunos, una ‘feminista de verdad’ cuyas ideas reformen la sociedad a la vez que caen bien a todos, patriarcado y sus exponentes incluidos, sólo se engañan a ustedes. Si efectivamente creen que existe una separación objetiva entre hembrismo, feminazis y feminismo, en lugar de aceptar la realidad, que es un término subjetivo utilizado para silenciar, se engañan a ustedes.

Y si realmente creen que cualquier persona que use estos términos les respeta como feministas, comparte sus creencias e ideales, su lucha, y no utilizará el término en ustedes apenas hagan algo que a ellos les parezca inadecuado, apenas les confronten o critiquen o cuestionen cualquiera de sus creencias y actitudes machistas, apenas rechacen sus avances, se engañan a sí mismas. El que llama a las mujeres feminazis y al feminismo, hembrismo, lo hace por sus intereses, por su inseguridad, por sus prejuicios, nada más, y así como te llama feminazi te dirá puta, maraca, hembrista, frígida y puritana, según su inconsecuencia y rabia le comande, según como sea la manera en que tú decidas ‘desobedecerle’.

Los machistas usan la palabra feminazi porque saben que feminista ya no conlleva el estigma de antes y, en lugar de confesar su rechazo al feminismo de plano, inventan estos términos nuevos para fingir moderación, objetividad y mesura. Así pretenden apoyar la igualdad y sólo rechazar el ‘extremismo’, uno que ellos mismos delimitan y que incluye a absolutamente todas las mujeres y todas las luchas feministas existentes al mismo tiempo que usan como punto de comparación unas supuestas ‘buenas feministas’ que dicen que conocen, unas a las que no les molestas la objetificación porque ‘a los hombres también los objetifican’, unas a las que no les molesta el acoso callejero porque ‘les gusta sentirse atractivas’, unas a las que no les molesta la satanización de la sexualidad de las mujeres porque ‘no son putas’, unas a las que no les molesta ninguna forma de humor machista porque ‘no son exageradas ni amargadas’, unas que disfrutan que las manden a la cocina y que ni trabajan, ni tienen amigos, ni hablan con ningún hombre que no sea su pareja, pero lo hacen ‘por elección’; unas feministas que claramente existen sólo en su imaginación.

No importa la etiqueta que tengas, o que no tengas ninguna, o que te sientas ‘uno de los hombres’, o que seas una mujer anti feminista gritando a los cuatro vientos que el feminismo es un cáncer, el segundo que experimentes en carne propia un acoso, un abuso, o cualquier forma de discriminación o injusticia por tu género y se te ocurra reclamar, levantar la voz, esos progresivos que tanto defiendes te tacharán de una feminazi más y lanzarán a los leones, porque el problema para los machistas no es la forma ni el fondo de la protesta, como quieren hacer creer, su problema es que las mujeres se atrevan a protestar del todo.

Feminazi y hembrista son términos nacidos del miedo, el odio y la cobardía de un segmento de la población incapaz de ser honesto con sus objetivos, y creados con el único propósito de intentar, sin éxito, contener los avances del movimiento feminista y enviar a las feministas de vuelta al ostracismo en que las tenían sus ancestros un siglo y medio antes. Como ven, la mentalidad del machista promedio no ha progresado nada desde entonces, algo nada sorprendente. Debe ser todo un ‘orgullo’ ser incapaz de aprender, mejorar o crecer sin importar cuanto tiempo pase, ¿no lo creen?

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