Desde que comenzó a deslumbrar con su originalidad en Miami, para luego pasar a París y ser un elemento cosmopolita con una visión deliciosamente auténtica, Esteban Cortázar, en 20 años de carrera, ha tenido el lujo de hacer lo que ha querido: desde mostrar toda su cultura colombiana y latina en espacios como la legendaria tienda francesa Colette, o mostrando esta visión para el París Saint- Germain, o para marcas como Éxito o Seven Seven, e incluso su reinterpretación del Miami de su niñez con Desigual, Cortázar se multiplica en infinitos que muestran su inmensa versatilidad y talento.
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Esta retrospectiva de un diseñador que se mantiene lejos de las pretensiones (“nunca terminas de pertenecer en la moda”, le dijo a esta autora alguna vez), es lo que se ve no solamente con un universo tan distinto como el Saint- Germain, o con los ballets de Miami y Nueva York. También con FARFETCH, plataforma de lujo que pudo traer sus piezas de archivo desde el año 2000 a través de la reinterpretación de sus hits más grandes, que incluyen modelos como los usados por Paris Hilton, Ashanti, y Kim Cattrall (la Samantha Jones de ‘Sex and the City’), entre otras.
Todo, en el hotel W Bogotá, hotel referente de moda y diseño en Colombia y lugar donde él también reinventó sus piezas de más uso, como las batas para la Extreme Wow Suite.
Cortázar tenía solamente 18 años cuando debutó en 2002 en la Semana de la Moda de Nueva York. Luego fue director creativo de Ungaro y lanzó su propia marca, alabada por la industria de la moda mundial. Jamás ha olvidado de dónde viene, pero también de todo lo que ha aprendido en dos décadas de carrera. NUEVA MUJER COLOMBIA habló con él, luego de siete años de no estar en el país, sobre sus aprendizajes.
La última vez que nos encontramos, me dijiste una frase que es muy cierta en esta industria: “nunca terminas de pertenecer”. ¿Ha cambiado este sentimiento?
Todavía me siento así. Lo que ha cambiado es que esto me ha dado más libertad para hacer lo que quiero, esa fluidez, creo, de hacer las cosas a mi manera. Correr mi propia carrera: no estar pensando qué están haciendo a mi alrededor. No tener ese afán de pertenecer, y esta retrospectiva muestra que ya con todo lo hecho en mi carrera puedo llegar a un punto de libertad y de explorar otros caminos al lado de la gente que me quiere y que me apoya.
¿Qué has aprendido de los espacios que has explorado a través de tu visión de la latinidad, como Paris Saint -Germain o Colette?
Que la curiosidad de estas instituciones , y que me hayan escogido a mí para esto y que me permita mostrar mi visión de Colombia y lo latino, es increíble. Y es ver cómo estas instituciones también miran hacia al mundo. Ahora, también el ejercicio es mostrar todo esto a personas que ven la moda de otro modo, que no están relacionadas directamente con el medio y es acercar precisamente su punto.
En los últimos años hemos tenido el relato de moda latina triunfador, en apariencia: el Tropical Chic. Que es válido, pero que también trae un montón de exclusión y romantización de un pasado que aún lacera nuestras diferencias. ¿Cómo hiciste para mostrar otra visión?
A mi me gusta mostrar la parte cotidiana. Lo que más me gusta mostrar de Colombia y Latinoamérica es la calle, el diario, la cultura pop, el arte kitsch y eso fue lo que traje a Colette. Es mostrar toda esa autenticidad. No me gusta irme por los lados pretenciosos, sino por los reales, que en últimas no es buscar ni ser referencia de lo “que es latino” sino buscar lo que realmente me inspira. No es diseño forzado, sino lo que realmente llega a inspirarme realmente.
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Hay historias de colegas como Halston o Pierre Cardin que diluyeron su esencia en colaboraciones y licencias. ¿Por qué tú pareces renovarte con cada una de ellas?
Me encanta hacer colaboraciones porque conozco gente nueva, ideo cosas nuevas y veo lugares y universos que no había vislumbrado antes. Este tipo de cosas abren ni corazón, mi creatividad. Aprendo un montón. Cuando uno lo hace por ese lado, y no por el lado solo del negocio o porque ‘es una colaboración’, es otra cosa. Ahora, todo ha cambiado mucho desde la época de ambos diseñadores: las colaboraciones son parte del mundo del arte, de la cultura. Esto se ha vuelto como el entretenimiento, con la misma fuerza. Por eso se unen diversos talentos. Siempre lo he visto como algo bueno, por eso lo hago. Y cuando lo hago con el alma, la gente lo siente y por eso no lo ve diluido, porque yo le doy amor. Sea al Éxito, sea a Ungaro, etc. Le meto mi diseño y mi corazón y eso se ve.
¿Cómo ha cambiado tu visión al vestir celebridades?
Yo tuve una época donde vestirlas era un sueño, y aún me encanta, pero desafortunadamente se ha perdido un poco la magia. Ya no hay tanto misterio como cuando era pequeño y estas pueden ser una plataforma, una influencer, puedes ser famosa por ser famosa. No hay ese talento que tenían celebridades como Madonna, y no sabíamos tanto de sus vidas privadas, por lo que ya no hay tanto ese allure de vestirlas. Claro, se ha perdido el encanto, pero también amaría vestir a varias celebridades, porque aún esa aura de glamour se mantiene.
¿Qué has aprendido con esta retrospectiva con FARFETCH y W Bogotá?
Que viendo la carrera en 20 años, veo que la moda es bastante cíclica. Lo vemos ahora con los dosmiles en la moda, con artistas pop como Cristina Aguilera, Britney Spears, etc. Y ahí fue que comencé, mi primer desfile fue el que hice en 2002, cuando me llamaban ‘niño prodigio’. Básicamente. toda mi adolescencia como diseñador. Pensé, ¿por qué no traer estos vestidos?. Soy partidario de volver a recrear ideas, no desecharlas rápido, como lo hacen en la moda, donde se guarda algo lindo y seguimos con lo nuevo. No me gusta hacer eso con las ideas, sino evaluarlas una y otra vez.
¿Qué mundos le faltan explorar a Esteban Cortázar?
Me gustaría explorar el cine y seguir explorando el vestuario de performance, como ya lo hice con los ballets o con Sebastián Yatra cuando cantó en los Oscars ‘Dos Oruguitas’, de ‘Encanto’ Me di cuenta de que me encanta mucho vestir para ciertas actuaciones.