Los boleros, estampados y esa nostalgia romantizada de una Cartagena y un Caribe hechos para el consumo blanco hicieron que Colombia, luego de querer generar un relato de identidad desde comienzos de siglo con diseñadores como Amelia Toro, Silvia Tcherassi y Olga Piedrahita, entre otros creadores, pudiera despuntar como referente en la región.
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Esto, luego de la súbita popularidad de Johanna Ortiz en esferas internacionales en 2015 con su blusa Tulum. Esa estética voluminosa, que rememoraba el traje campesino colombiano y hasta latinoamericano, comenzó a ser su sello de marca y en donde se juntaron todas las identidades y complejidades de la región.
De esta manera, otras marcas colombianas, basándose en esto, le dieron un ‘boom’ a la moda colombiana y latina. Mercedes Salazar colaboró con Carolina Herrera y Manish Arora, Pepa Pombo llegó a las tiendas departamentales. Y desde ahí, varias marcas masivas y de diseño de autor han tomado elementos de origen (incluida la artesanía) para generar un sello diferenciador en la moda global.
¿El problema? Que todo, como se ha hecho desde siempre si hablamos de la relación de Latinoamérica con el norte global, ha sido exotizado, romantizado y acomodado al gusto blanco, negando así historias de violencia e incluso historias contemporáneas de las etnias que algunas marcas usan a conveniencia sin darles un poco de agencia.
Esto se pudo ver con escándalos recientes como el de Sixxta, una marca santandereana que ha trabajado desde la inclusión de cuerpos y sostenibilidad de una manera honesta e investigada (se lllegaron a disculpar y a reparar lo causado) , pero que en una campaña en diciembre pasado puso ‘Esclava’ como elemento de márketing usando a una modelo afro para explicar la historia de Baudilia, una mujer racializada que hacía un salpicón.
Y también con la misma Johanna Ortiz, quien puso ‘Esplendor Colonial’ en una historia de Instagram, mostrando nostalgia por una época que fue bastante violenta para etnias como la afrocolombiana y la indígena y cuyas consecuencias son plausibles aún para estas comunidades. Todo lleva a preguntarse: ¿cómo un concepto tan exitoso puede quedarse en un relato del pasado que niega el presente de una Latinoamérica que ya a sus élites les va haciendo menos caso en lo simbólico?
“Esto no es nuevo: ha existido un turismo basado en la exotización, colonización y explotación, y ese relato de Colombia y Latinoamérica basado en la tropicalidad y caribeñidad ha sido exitoso económicamente. Por otro lado, hay estereotipos históricamente creados sobre el cuerpo latino en general. Y este relato capitalista se ajusta muy bien a esta narrativa, que muestra lo que se supone ser latino desde una visión muy reduccionista. Así, de Carmen Miranda tenemos un ejemplo del largo proceso de exotización en Latinoamérica. No asistimos a un fenómeno nuevo, pero sí es algo que la moda ha sabido capitalizar. Y en estos tropos se buscan elementos de identidad nacional que no necesariamente son negativos, lo negativo es que los reduce a una sola cosa y dos, que se celebra el objeto, pero no las personas”, le explica a PUBLIMETRO el investigador de moda Edward Salazar.
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Y esto lo extiende también al sello de identidad que han vendido las instituciones colombianas. Uno que, de paso, también ha sido emulado por otros países del sur global, contando con África y Asia, al mostrar sus propuestas en centros hegemónicos como la Semana de la Moda de Londres, por ejemplo.
“Muchas formas de organización artesanal alrededor de un maestro blanco son coloniales. Allí persiste el relato del ‘Buen Salvaje’. Lo fundamental es entender los legados del colonialismo para superarlos y reimaginar la moda”, reflexiona.
Siendo así, ¿por qué ha sido tan exitoso el ‘Tropical Chic’ a pesar de ser tan problemático? el experto, más otros consultados por Publimetro coinciden en que las instituciones y los opinadores de moda en Colombia son los que lo han mantenido por cuestiones aspiracionales.
“Es por quienes lo comenzaron y quienes validan lo que pasa en cuestiones de tendencias. Silvia Tcherassi comenzó con esto y luego las marcas se volcaron, y también lo seguimos por querer emular la elegancia de esas influencers de moda como Gloria Saldarriaga, entre otras. Incluso, antes de obtener su fórmula ganadora, Johanna Ortiz hacía vestidos de noche. Ahora, el relato se puede hacer sin cuestiones problemáticas. Alado y Juan Pablo Socarrás toman historias que incorporan a su diseño. Entonces, los líderes de estilo, más este Caribe relacionado con magia y exotismo, configuran una sola cara. Para la gente del norte global, en Sudamérica, las montañas no existen, porque piensan en vacaciones”, le explica a PUBLIMETRO la investigadora de moda Jeniffer Varela, y quien hizo su tesis de MA en Fashion Studies en Parsons sobre el tema.
Por otro lado, este relato también se extiende a otro clúster tan fundamental en la moda colombiana como los vestidos de baño, donde también hay cuerpos normados, blancos, y conceptos como playas vírgenes e iconografías coloniales incluso de la biodiversidad.
“El cuerpo representa también el cuerpo estatal, y la manera en que estás marcas representan el cuerpo femenino también representan indirectamente la nación. Y estas modelos son flacas, normadas, y están en playas vírgenes que se escapan de todo control patriarcal, lo que da una idea del relato como una playa virgen con mujeres vírgenes que merecen ser conquistadas. Así, el Caribe también se configura desde ahí no sólo por su posición transnacional: lo artesanal se vuelve ‘chic’ y si no entra en el sistema de la moda es periférico. Ya lo veíamos con la Habana en los 50 como un referente estilístico de tropicalismo. Uno del que Brasil se apropió con agencia en los años 60 y 70 desde una perspectiva para ellos mismos, y llegando así a ser líder de Latam”, le explica a PUBLIMETRO la consultora de moda Valeria Akl.
El ‘Tropical Chic’, sin embargo no morirá
Para expertas como Varela, sería impensable negar algo que hace parte de nuestra identidad. Invita, más bien, a repensar historias, que hay muchas, en esta zona geográfica. El mismo Socarrás, Guzo Atelier e incluso SOY con Diego Guarnizo y María Luisa Ortiz muestran estos conceptos, entre otros diseñadores. Asimismo, Valeria Akl, incide en que el relato de los cuerpos debe ser otros (más activos y más diversos). Y Salazar complementa con una articulación de las instituciones de moda para replantear el relato, crearlo con mirada crítica y tener participación de personas racializadas en los equipos. Cosa que será compleja.
“Mientras haya una relación desigual de poder no se puede hablar de un intercambio cultural, porque siempre existirá un racismo implícito y muy violento, y otras veces tiene otra cara que es el paternalismo, que no es menos racista, pero que a la gente le escandaliza menos, porque está plagado de buenas intenciones. Mientras las diseñadoras blancas se hagan un nombre sin pagar lo justo a las artesanas indígenas, por ejemplo, seguirán existiendo esas relaciones de desigualdad. Y aún estamos educados para la blanquitud: muchos piensan que a estas comunidades se les hace un favor en vez de ponerlas en condiciones de igualdad. Ahí sigue la colonialidad”, le explica la afroactivista e integrante de ‘Volcanicas’ Sher Herrera (plataforma que denunció el caso racista de Sixxta) a PUBLIMETRO.
Por ahora, hay mucho qué repensar y replantear. Sobre todo, para que un relato que incluso se ha nutrido de momentos culturales como el que generó ‘Encanto’ y generará la nueva serie de ‘100 años de Soledad’ en Netflix, entre otros, pueda dejar de mirar al pasado de forma tan sesgada y comience a construir un futuro que ya avanza a pasos agigantados.