Aunque la sociedad lo tiene normalizado, cuando una persona discrimina, ofende, rechaza y promueve estigmas hacia personas con sobrepeso, entra en la categoría de gordofobia.
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Esta es real y muchas veces se disfraza de comentarios que presuntamente son bien intencionados pero que hacen mella en la autoestima, muchas veces bajo la excusa de la “salud”.
Pero esto no es más que una mentira. Un odio disfrazado de preocupación que más que consejos, son señalamientos que humillan, maltratan, excluyen y hasta violentan al otro solo por no cumplir con determinada talla.
“Deberías perder peso por tu salud”; “Te verías más bonita con algunos kilos menos”; “Tienes un rostro bonito, ¿por qué no bajas de peso?”; “Yo conozco a alguien más obeso que pudo rebajar”, son algunos de los pretextos entre los que se esconde.
La sociedad impulsa la gordofobia a diestra y siniestra, creando estereotipos en torno a ella
Y es que no es raro encender la televisión y ver que los gorditos siempre cumplen determinado rol: son los divertidos, los fracasados, torpes, vagos, desaliñados o los que no pueden dejar de comer compulsivamente.
O también la publicidad, que le ha vendido a muchos la idea de que la delgadez es sinónimo de salud, belleza, éxito, riqueza y hasta de ser dignos de amor. Además de los mil tipos de dietas, la dificultad para encontrar tallas grandes o los chistes en torno a ellos.
A partir de ahí, se sufre en la calle, en la casa, en el trabajo o en cada reunión social, porque especialmente en las mujeres, el peso de alguna u otra manera encuentra ser tema de conversación.
Tal como apunta Esquire, “la hipocresía está más presente que nunca cuando se esgrime la salud como argumento para justificar la gordofobia. Sí, la obesidad tiene consecuencias terribles, pero nadie acusa a los que promueven hábitos poco saludables, como consumir alcohol, o a los que meten todo ese azúcar y excipientes en los productos ultraprocesados. Es lo que yo llamo culpabilizar a la víctima”.