Aunque al usar cualquier tipo de maquillaje ya buscamos que resalte las zonas que más valoramos en nuestro rostro o que oculte esas pequeñas imperfecciones que aparecen de vez en cuando, lo cierto es que las texturas de los productos pueden jugarnos mala pasada.
Este es el caso del corrector, un arma básica para nuestro tratamiento diario. Mientras cuando somos más jóvenes y todavía no tenemos muchas líneas de expresión es indiferente qué tipo de corrector usamos, conviene elegir uno de tipo líquido cuando alcanzamos la madurez. Las texturas terrosas o en pasta pueden subrayar las arrugas además de tapar la imperfección. En cambio, las líquidas se extienden mucho mejor.
De igual manera, es mejor evitar las bases en polvo, que marcan las arrugas debido a la textura. Todo lo que requiera una aplicación con pincel será un elemento que le dará pesadez al rostro. Todo lo contrario que las bases, sombras, coloretes o pintalabios líquidos, que transmiten una sensación de lozanía y de una piel hidratada.
Por otro lado, no está de más comenzar a usar una base con tonos amarillentos para todo el rostro. Sea cual sea el color de nuestra piel, o la época de año, apostar por una base que tienda a los tonos amarillos conseguirá dar una sensación de calidez y, por ende, de juventud.
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