La maternidad no es una experiencia perfecta: al igual que todo, tiene su lado bueno y también muchas cosas malas, por lo que es absurdo pedirle a las mujeres que sean mamás felices y pacientes todo el tiempo.
Ellas no son más que seres humanos que cargan con el estrés de dividir su tiempo entre los objetivos profesionales y la vida personal, pero también deben lidiar con las altas expectativas, los aprendizajes propios de la crianza, su gestión emocional y el cansancio.
No obstante, la sociedad insiste en hacer el proceso más duro de lo que ya es exigiéndoles tener el hogar impecable, mantener la pasión encendida con sus parejas, lucir estupendas y en forma, ser plenas laboralmente y todo esto ¡sin nunca quejarse!
La tristeza y la queja están muy mal vistas, lo que deja a las mujeres en un círculo vicioso de agotamiento, frustraciones, presión social e incomprensión, porque prefieren callar que expresar sus sentimientos o preocupaciones para no ser “malas madres” y no dar la impresión de estar fracasando en el proceso.
¿Por qué tenemos que hacer sentir insuficientes a las mujeres? ¿Por qué la lista de deberes siempre es más larga que la de derechos? ¿Con qué potestad queremos decirle a alguien cómo vivir su vida y su maternidad?
La crítica y las expectativas frustradas de los demás no aportan nada positivo, sino todo lo contrario: hace más propensas a las mujeres a sufrir ansiedad o depresión en una de las etapas, que si bien es caótica, debería ser de las más felices de sus vidas.
Ellas hacen lo mejor que pueden con lo que tienen. Usan la oportunidad de hacerlo mejor que sus padres, pero tampoco son perfectas ni tienen el manual de vida bajo el brazo. Errar es normal, por lo que hay que dejarlas vivir su maternidad a su manera, sin voces ajenas.