Aunque sabemos que sus orígenes están en China, la mitología sobre el descubrimiento de esta bebida tiene, claro, varias versiones.
PUBLICIDAD
Una de ellas cuenta que en 2737 antes de Cristo, el emperador Shen Nung salió a recolectar plantas y se sentó junto a un arbusto de té a descansar. Ahí, hirvió agua para refrescarse y algunas hojas cayeron en el agua. Así fue como descubrió la bebida.
Otro mito cuenta que Dharuma, un monje budista, se quedó dormido mientras meditaba. Para castigarse, se arrancó los párpados y los aventó en la tierra, y de ellos surgieron los primeros arbustos de té. Menos probable pero más interesante, ¿no?
Aunque ambos mitos se refieran a arbustos salvajes, lo cierto es que el té se cultiva desde hace milenios. Durante la dinastía T’ang (618-906 después de Cristo), los conocedores preparaban una bebida con las hojas del té pulverizadas y otros ingredientes que incluían jugo de ciruela y cebollas. Yummy.
Durante la dinastía Sung (960-1279) ya se preparaba una infusión con las hojas de té y agua hirviendo, y aunque ya no hay registros de que le agregaran cebollas, sí se sabe que otros ingredientes utilizados eran flores y aceites esenciales.
No fue sino hasta la Edad Media china (1368-1644 después de Cristo) que se creó el té como lo conocemos ahora. Las hojas se secaban, se agregaban al agua caliente y se dejaban reposar, antes de colarse en porcelana blanca para poder ver su color.
El secado permitía la fermentación, pero también la conservación y por lo tanto el viaje a tierras lejanas.
PUBLICIDAD
Y aunque pensemos inmediatamente en Inglaterra, lo cierto es que esta bebida se introdujo a Europa primero en Portugal y Alemania, a principios del siglo XVII.
La bebida llegó a Londres en 1658, aunque no fue sino hasta la boda entre Charles II y Catalina de Braganza (una princesa portuguesa), que se puso de moda entre la nobleza.
Pero esa ya es, literal, otra historia…