Con una extensión de 60.000 kilómetros cuadrados de agua y 40 metros de profundidad, el lago de agua salada denominado Mar de Aral otorgaba innumerables actividades de desarrollo económico y rebosaba de vida. Sin embargo, en la actualidad sólo conserva el 10% de sus aguas. Lo más impresionante y devastador es que este lago fue considerado en algún momento el cuarto lago más grande del mundo.
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Gran parte de los años dorados del Mar de Aral se debe a que en la década de los ’60, la Unión Soviética desarrolló un proyecto que consistió en desviar aguas de dos grandes ríos -el Syr Daria desde el norte y el Amu Daria desde el sur- a las llanuras desérticas de países como Kazajstán, Uzbekistán y Turkmenistán. Así fueron transformando el desierto en territorios aptos para granjas de cultivos como el algodón.
La Unión Soviética pretendía que Asia Central fuera la zona de mayor producción de algodón en el mundo y en los años 80 lograron lo propuesto cuando Uzbekistán se transformó en el país de mayor índices de cultivos de algodón del mundo.
De lago a trampa tóxica y mortal
Sin embargo, el lago se fue secando con el tiempo, provocando que la pesca y las actividades que de él emergían se fueran derrumbando y con esto también cayeron las comunidades de subsistían gracias a lo que el lago les proporcionaba.
El agua se fue tornando cada vez más salada producto de las grandes cantidades de fertilizantes y pesticidas que lo invadieron. El polvo que se desprendía del lago, que estaba contaminado con estos químicos agrícolas pasó a ser una amenaza para la salud de los habitantes de sus alrededores. Por la misma razón se degradaron los suelos de los alrededores, los que quedaron tóxicos e inútiles.
A medida que el lago se secaba, las concentraciones de contaminantes se elevaron provocando la muerte de los peces y matando todos los ecosistemas. Desapareció entonces la industria pesquera. Trajo con esto un cambio climático, ya que no existían las propiedades de regulación térmicas que otorga el agua, haciendo que los inviernos fueran más fríos y los veranos más cálidos. Los pastizales murieron, los pequeños lagos de agua fresca que rodeaban las costas ya no existen.
Actualmente, lo único que queda del Mar de Aral es una presa que se construyó por un intento de Kazajstán de salvar el lago, logrando conservar sólo la parte norte de éste. De lo demás solo se aprecia un paisaje totalmente desértico y abandonado, plagado de barcos que quedaron inmóviles y hacen recordar que aquel lugar alguna vez fue un lago.