Septiembre, nuestro mes patrio. En México lo festejamos a lo grande, muchas veces sin medir las consecuencias. Ni en la comida, ni en el alcohol, ni en el impacto ambiental que genera tanto ruido, tanta basura, tantos fuegos artificiales.
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Recuerdo perfecto el festejo del Bicentenario, hace ya tres años — y parece que fuera ayer —. Distrito Federal se adornó con 16 mil disparos de fuegos artificiales, decoración que se se mantuvo por un tiempo aproximado de 15 minutos. La Secretaria del Medio Ambiente del Distrito Federal anunció que serían 8 toneladas de pirotecnia, que se realizarán estudios para medir su impacto; se dio a conocer la previa, con optimismo de impacto mínimo.
Cada año es lo mismo. Fuegos artificiales en diferentes proporciones. Desde los que lanza el gobierno en el marco del festejo, hasta los que se utilizan en pueblos y de manera casera. No podía faltar esos pueblos mágicos que tienen 365 santos que festejar durante todo el año. Esta pirotecnia genera contaminación, en distintos niveles: los estruendos, el humo con sus diferentes compuestos tóxicos, la basura que genera y no se diga el disturbio de la fauna local.
Leyendo un poco al respecto encuentro un dato que desconocía, la cantidad de agentes tóxicos que componen los fuegos artificiales. Además de cartón, papel y mucha pólvora, la pirotecnia debe sus colores a reacciones químicas distintas, agentes que pueden permanecer en el ambiente, afectando el aire, la tierra y el agua.
En estos días, cuando vean los fuegos artificiales, recuerden que: el color verde lo da el bario; el color blanco son toques de alumnio; el color rojo, es estroncio y compuestos de litio, agentes pesados y tóxicos; los detalles dorados, son aportados por sulfuro de antimonio; se refuerza con perclorato de potasio o de amonio. Un cóctel de radiación, humo tóxico, cancerígeno, que afecta también al sistema nervioso.
Por otro lado, la pirotecnia tiene características inflamables, con altas posibilidades de generar incendios. Nunca se sabe cuando, ni donde. Puede ser en el almacén donde se alberga la pólvora, en un lanzamiento fallido o con mala dirección. En ocasiones los niños, por ejemplo, juegan en la calle, lanzan palomas a los coches — otro factor de riesgo —. Así se repiten titulares que hablan de los accidentes y fallecidos por la pirotecnia.
Otro aspecto que no hay que pasar por alto son las mascotas y la fauna urbana, que reciben el impacto de tanto destello y estruendo. Cada año, para las Fiestas Patrias y Navidad, se lanzan movimientos anti-fuegos artificiales. Aves pueden sufrir taquicardias e infartos. Algunos perros y gatos entran en pánico; permanecen inmóviles o salen corriendo del terror.
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Exactamente ¿qué ganamos con los fuegos artificiales? Cinco minutos de luces bonitas y espectáculos, que nos deja un medio ambiente alterado, entre un desconcierto en la fauna y un sinfín de papelitos por recoger. Claro, nada más que pasé la fiesta. ¿Vale la pena dañar así nuestro entorno? Ojalá, mínimo, buscarán otras alternativas más amables. Mientras tanto, bien, sigamos cuidando la calidad del aire.
Foto: ProtoplasmaKid (Wikimedia) / (cc) by-sa