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¿Ha aumentado realmente la contaminación ambiental?

¿Estamos asistiendo al culmen de la contaminación sufrida por el ser humano?

Tras un repaso a las noticias científicas no es descabellado presuponer que la contaminación ambiental se ha disparado en las últimas décadas, y que asistimos al momento de mayor multiexposición al que se ha enfrentado el ser humano. Si bien es cierto, es un tema delicado que hay que abordar con precaución.

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Según las estimaciones del Observatorio de la Organización Mundial de la Salud, en 2004 en España podían atribuirse el 16 % de las muertes a causas ambientales, incluyendo entre éstas tanto la exposición a agentes nocivos como los comportamientos individuales relacionados con el medio ambiente que produzcan un incremento final del riesgo específico. En Chile, el Ministerio del Medio Ambiente calcula en 4000 el número de muertes anuales por enfermedades asociadas a la exposición a contaminantes atmosféricos.

La diversidad de compuestos químicos antropogénicos (es decir, de origen humano) presentes en el medio ambiente no ha hecho más que aumentar. La exposición humana se vuelve más amplia, diversa y complicada, de manera que diferentes estudios (1, 2, 3, entre otros)  apuntan que la exposición a mezclas de compuestos no es igual a la suma de los efectos individuales, sino que los agentes en cuestión pueden interaccionar entre sí con efectos sinérgicos, aditivos o antagónicos. Esto hace que evaluar el riesgo de la exposición sea extremadamente complicado, poniendo en duda la certeza de los habituales modelos de monoexposición.

El cóctel de compuestos al que se ve expuesto el ser humano lleva muchos años siendo objeto de estimaciones variadas que se mueven entre la pseudociencia y la investigación científica. Ya en 1962 la obra de Rachel Carson (Silent Spring) revolucionó la visión sobre la emisión de contaminantes y la sobreutilización de compuestos químicos sintéticos. A pesar de la falta de evidencias científicas tempranas, Rachel Carson denunciaba ya los efectos de pesticidas como el DDT (dicloro difenil tricloroetano) sobre la fauna, comenzando a establecerse asociaciones con enfermedades en humanos, como el cáncer.

Con el paso del tiempo los estudios epidemiológicos han confirmado un amplio abanico de efectos ligados a la exposición a contaminantes ambientales. Sin embargo, a la luz de esos datos el balance final sigue teniendo un matiz positivo. El desarrollo de moléculas con unas propiedades deseadas para aplicaciones concretas ha posibilitado una revolución química que, en última instancia, ha conllevado un aumento de la calidad y la esperanza de vida. Somos capaces de tratar enfermedades que antes significaban una muerte segura, de aumentar la calidad de vida de pacientes crónicos o de construir estructuras que nos faciliten la vida hasta niveles impensables hace varias décadas.

No obstante, estos beneficios no eximen de aplicar el principio de precaución y evitar la exposición cuando sea posible. Afortunadamente, la concienciación sobre la influencia del medio ambiente en la salud humana no deja de crecer, por lo que cada día las medidas de protección son más amplias, así como las pruebas de seguridad más exhaustivas. Por todo el planeta se desarrollan estudios de monitorización ambiental de concentraciones de contaminantes (1, 2), que, unidos a planes de acciones correctoras (como los límites de emisión establecidos por ley en cada país, o las restricciones de los materiales con los que se fabrican los envases de alimentos), persiguen la reducción de los niveles de agentes nocivos al mínimo.

Al mismo tiempo, y en el corto plazo, son las medidas preventivas (como las recomendaciones de consumo, las restricciones de tráfico rodado…) las que se ponen en marcha para reducir la exposición humana en la medida de lo posible mientras se continúa persiguiendo la disminución de la contaminación.

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