Una preciosa villa campesina, con todo lo necesario para una vida sencilla, digna y autárquica: Huertos, corrales y hasta un molino de agua se emplazaban en el Estadio Olímpico de Londres. Era el comienzo de una espectacular apertura de los Juegos Olímpicos 2012, dirigida en conjunto por Danny Boyle (Trainspotting) y Stephen Daldry (Billy Elliot).
Lo que vendría a continuación: lo que ya todos sabemos. Arriban supuestos propietarios de la tierra que se la usurpan a los soberanos y comienza una ofensiva desarrollista que trasforma el campo en un polo industrial plagado de chimeneas expeliendo humos tóxicos de la fundiciones de metales en las que deben trabajar los ahora campesinos sin tierra por un sueldo de hambre y condiciones laborales que rayan en la esclavitud.
En clara alusión a Tolkien: la comarca, la industria, la forja de los anillos y todo los costos que ello implicó, más allá de la literatura ficción, el montaje fue mostrado en todo el mundo en esta versión que une a los deportistas de distintas latitudes, dejando un mensaje del usufructuó que se ha hecho durante la modernidad de los recursos naturales.
Lo que siguió fue un delirante y cómico devenir de personajes, al más puro estilo de Beni Hill, en los que incluso se contó la Reina madre y su par de hermosos, aunque sobrealimentados, perros corgi, la cual junto al Agente oo7 se subió en un helicóptero y se lanzó en paracaídas una vez arribando al recinto deportivo.
Músicos de renombre, Mr Bean y hasta el inventor del Internet, suavizaron la puesta en escena dejando atrás el verdadero legado inglés: El de destrucción y muerte tras el paso de la mal llamada “revolución” industrial.