¿Han probado alguna vez estos exquisitos y delicados dulces? Si no lo han hecho, les recomiendo buscarlos en la pastelería francesa más cercana que tengan, solo les dejo una advertencia: son adictivos.
Los macarons son un ícono de la patisserie o repostería francesa. Un verdadero objeto de deseo, muy bellos estéticamente y deliciosamente blandos en boca. De hecho su delicada textura y sabor es lo que los hace únicos. De hecho, para lograr el macaron perfecto hay que tener mucha práctica y técnica.
Elaborados en base a una mezcla de harina de almendra, clara de huevos y azúcar, los macarons son como unos pequeños alfajores, con dos capas que se unen a través de un suave y cremoso relleno saborizado, que a veces también puede ser mermelada. Sus sabores más clásicos son vainilla, café, chocolate, frambuesa y pistacho, pero en realidad el límite es la creatividad del pastelero, otros sabores más osados que ví en París iban desde ioleta, maracuyá, rosas hasta té verde.
Se dice que el macaron se originó en Italia en la Edad Media y que cuando llegó a Francia en la época del Renacimiento se fue modificando y convirtiendo en una especialidad gala. Fue uno de los dulces favoritos de la corte real y sobre todo de María Antonieta, quien lo catapultó a la fama.
Luego en 1880 en París, en el barrio de Belleville, se elaboró lo que actualmente conocemos como macaron, el macaron Gerbert, dos capas con un relleno que las une. Este formato se comercializó en el salón de té Pons y en el hasta hoy celebre salón de té y pastelería Laduréé, quienes a principios del siglo XX crearon una receta más dulce y aromatizada, cambiando el color de las capas para distinguir el sabor. Los macarons de Ladurée son uno de los más famosos de París hasta el día de hoy, pero también puedes encontrarlos en cualquier panadería o pastelería de barrio parisino o en un café con influencia francesa en cualquier ciudad del mundo.