Una publicación que sugiere que los cultivos biotecnológicos podrían dañar el medio ambiente ha levantado una serie de comentarios en la comunidad científica internacional.
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Los problemas para Emma Rosi-Marshall comenzaron el 9 de octubre de 2007, cuando su trabajo fue publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). Rosi-Marshall, ecologista de la Loyola University de Chicago en Illinois, pasó parte de los dos años anteriores a la publicación estudiando 12 flujos de agua en el norte de Indiana, donde las filas de maíz, la mayoría genéticamente modificado para repeler la bacteria Bacillus thuringiensis (Bt), se perdían en el horizonte en todas direcciones.
Trabajando con colegas, incluida su ex profesora guía Jennifer Tank, Rosi-Marshall encontró que los flujos de agua también contenían maíz Bt en forma de hojas, tallos, mazorcas y polen. Mediante estudios de laboratorio, los investigadores vieron que las larvas de la mosca Caddis –insectos herbívoros de los arroyos– que se habían alimentado de los desechos del maíz Bt crecían la mitad de rápido que las de aquellas moscas alimentadas de restos de maíz convencional. También observaron que las moscas Caddis alimentadas con polen de maíz Bt morían el doble que las moscas que no comían polen modificado. En el paper, Rosi-Marshall escribió que el maíz transgénico “puede tener efectos negativos sobre la biota de los ríos en la zonas agrícolas” y destacaba en el abstracto que “la siembra masiva de cultivos Bt tiene insospechadas consecuencias en los ecosistemas”.
Las reacciones se dieron de forma instantánea. En menos de dos semanas, investigadores con objeciones al diseño experimental y las conclusiones del trabajo escribieron a los autores, a PNAS y a la Asociación Nacional de Ciencia estadounidense (NSF), patrocinador del paper de Rosi-Marshall. Para fin del primer mes, las quejas y comentarios sobre el documento habían alcanzado a toda la comunidad científica.
Cuando Rosi-Marshall asistió a la reunión de la Academia Nacional de Ciencias sobre organismos genéticamente modificados (GMOs) y vida silvestre el 5 de noviembre de 2007, la investigadora se veía “golpeada”.
En realidad, en el campo científico, nadie se mete a investigar los cultivos genéticamente modificados (GM) y espera vivir tranquilo. Las personas que desarrollan este tipo de cultivos enfrentan la ira de activistas anti-biotecnología, quienes destruyen plantaciones y envían correos amenazadores. Por otra parte, aquellos que, como Rosi-Marshall y sus colegas, sugieren que los cultivos biotecnológicos pueden ser dañinos para el medio ambiente, reciben ataques de un nuevo tipo. En este caso los golpes vienen de la comunidad científica y pueden muchas veces ser emocionales y personales; discursos agresivos desprestigiando un trabajo o, como en este caso, acusaciones de malas conductas y prácticas al realizar la investigación.
De acuerdo a Rosi-Marshall, la respuesta que recibieron fue directa a la yugular.
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Fuente: GM crops: Battlefield (Nature)