Una de las críticas más famosas y difundidas a cerca de los zoológicos, ha sido creada por medio de la música y la lírica en una de las canciones, que personalmente más me gusta: “Carta de un león a otro”. Este verdadero manifiesto del argentino Juan Carlos Baglietto, retrata el cautiverio que sufre un león dentro de un zoológico.
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Es luego de reflexionar al son de esta creación cuando uno cae en cuenta de si ¿Necesitamos los seres humanos conocer en vivo y en directo a animales salvajes, sacándolos de su hábitat natural, despojándolos de su cotidiana vida pura, su esencial libertad, su original proceder?
La última vez que fui al Parque Zoológico Metropolitano de Santiago, me percaté de lo bien cuidado, del amplio personal, de las instalaciones en buen funcionamiento que posee. Nada que decir en ese sentido. Sin embargo, la profunda tristeza me embargó del pelo a los huesos. Una mezcla de tanta belleza con tanta tristeza, sólo evoca empatía con la nostalgia de una armónica vida libre y salvaje.
No fue agradable ver a tan colosales animales en jaulas, domesticando sus instintos, frustrando sus arrebatos de correr desaforados, de volar siempre bien alto, de alimentarse valiéndose de sus prodigiosas anatomías, como cazadores que son.
Parques de conservación y protección de animales en peligro, es una opción bastante mejor que el decepcionante show que termina siendo ver bajo reclusión permanente a animales que nacieron para ser libres, en el sentido más amplio de esa palabra.
Porque, lejanos a las construcciones culturales, todo ese armatoste de herramientas que debemos utilizar los humanos para hacer gala de nuestra inteligencia y predominio en el reino, ellos por sus méritos más intrínsecos, no lo necesitan. Están liberados de la adoctrinante sociedad. No obstante, nosotros, los humanos, insistimos en querer dictar nuestros patrones de cautiverio y privación no sólo entre nosotros, sino también con especies que nada saben de estructuras anquilosada en la trampa del discurso de poder.