Cuando eramos niños muchos de nosotros nos enternecimos con la flor de “El Principito”, y “Angel” la niña de las flores, que buscaba sin cesar la Flor de los 7 colores. Más tarde, los que perdieron cierta sensibilidad, las flores le parecieron un artículo más de compra y venta en el mercado de los afectos. Sin embargo, siempre está la posibilidad de reencontrarse con ellas.
Mediante este texto quizás puedas olerlas, aunque te encuentres a kilómetros de su fragancia.
“Las pruebas de inteligencia que dan las plantas son innumerables, continuas, sobre todo entre las flores, en las que se concentra el esfuerzo de la vida vegetal hacia la luz y hacia el espíritu.
Si se encuentran plantas y flores torpes o desgraciadas, no las hay que se hallen desprovistas de sabiduría y de ingeniosidad por completo. Todas se aplican al cumplimiento de su obra; todas poseen la ambición magnífica de invadir y conquistar la superficie del globo multiplicando en él hasta el infinito la forma de existencia que representan. Para lograr ese objetivo, deben vencer, a causa de la ley que las encadena al suelo, dificultades mucho mayores que las que se oponen a la multiplicación de los animales. Es por eso que la mayor parte de ellas recurre a astucias y combinaciones, a asechanzas que, por ejemplo, en punto a balística, aviación y observación de los insectos, con frecuencia precedieron a las invenciones y a los conocimientos del hombre.
Trazar el cuadro de los grandes sistemas de la fecundación floral sería superfluo: el juego de los estambres y del pistilo, la seducción de los perfumes, la atracción de los colores armoniosos y brillantes, la elaboración del néctar, totalmente inútil para la flor y que ésta sólo fabrica para atraer y retener al libertador extraño, al mensajero de amor, abejorro, abeja, mosca, mariposa o falena, que le trae el beso del amante lejano, invisible, inmóvil…
Aquel mundo vegetal que notamos tan tranquilo, tan resignado, en donde todo parece aceptación, silencio, obediencia, recogimiento, es, por el contrario, aquel donde la rebelión contra el destino es la más vehemente y la más obstinada. El órgano esencial, el órgano nutricio de la planta, su raíz, indisolublemente la sujeta al suelo. Si es difícil descubrir, entre las grandes leyes que nos agobian, la que pesa más sobre nuestros hombros, con respecto a la planta, no hay duda: se trata de la que la condena a la inmovilidad desde que nace hasta que muere. Así es como sabe mejor que nosotros, que dispersamos nuestros esfuerzos, contra qué rebelarse ante todo. Y la energía de su idea fija que se eleva desde las tinieblas de sus raíces para organizarse y manifestarse en la luz de su flor, es un espectáculo incomparable.
Tiende toda entera a un mismo objetivo: escapar por arriba a la fatalidad de abajo; evitar quebrantar la pesada y sombría ley, libertarse, romper la esfera estrecha, inventar o invocar alas, evadirse lo más lejos posible, vencer el espacio al que la limita el destino, acercarse a otro reino, ingresar en un mundo moviente y animado. ¿Que lo consiga no es tan sorprendente como si nosotros lográsemos vivir fuera del tiempo que nos señala otro destino, o penetrar en un universo eximido de las leyes más pesadas de la materia? Veremos que la flor da al hombre un ejemplo prodigioso de insumisión, valor, perseverancia e ingeniosidad. Si hubiéramos desplegado en levantar diversas necesidades que nos abruman, por ejemplo, las del dolor, la vejez y la muerte, la mitad de la energía que ha desplegado tal o cual pequeña flor de nuestros jardines, con seguridad nuestra suerte sería muy distinta de lo que es.”
“LA INTELIGENCIA DE LAS FLORES”. Maurice Maeterlinck
Páginas 11-13
Longseller, 2003. Buenos Aires