Existe un nexo poderoso -aunque no lineal- entre el hambre y desnutrición humanas en el planeta y la alimentación excesivamente carnívora de las poblaciones ricas; y entre ésta última y el deterioro ecológico galopante.
Como anuncié en el post “comer carne: 1 introducción a 2 miradas” intentaré con una serie de artículos despejar dudas, planteando y analizando las distintas posturas frente al tema de la dieta carnívora.
Toda acción que realizamos tiene o deja una huella ecológica. El comer carne no es la excepción. Hoy en día es tentativamente cuantificable el impacto sobre el medio ambiente que significa agregar una hamburguesa a nuestro sandwich por ejemplo. El “producir carne” de vacuno a nivel industrial (ganadería intensiva) involucra satisfacer las demandas de comida y bebida de esas miles de vacas, además de sus necesidades fisiológicas y de salud. Vamos por parte.
Hay que partir de la base que las proteínas que consumen los animales son proteínas que nosotros podríamos consumir directamente. Hoy, más del 40% de los cereales del mundo y mas de 1/3 de las capturas pesqueras son utilizados para alimentar ganado. Para obtener 1 kg de proteína de origen animal debemos usar entre 3 y 20 kg de proteína de origen vegetal (según las especies y los métodos de cría intensiva utilizados), dándose absurdos de que para poner x cantidad de calorías sobre la mesa, se deben consumir 4x o más de calorías en su proceso.
En 1990 en USA el ganado consumía el 70% del grano producido ahí, en la UE el 57% y en Brasil el 55%, promediando un 50% a nivel global de la producción de grano destinada a forraje. El dato se vuelve además socialmente insostenible si pensamos que la quinta parte de la población humana no tiene alimentación suficiente; el “Consejo para la Alimentación Mundial” de las NN.UU. calculó que dedicar entre el 10% y el 15% del grano que actualmente se destina para alimentar ganado, bastaría para satisfacer las necesidades calóricas de esa quinta parte, erradicando el hambre del mundo.
Como ven hay un tema de eficiencia energética, tema clave en estos días y no sólo relacionado a la generación de electricidad. Por ejemplo una misma cantidad de M2 de tierra puede producir 26 veces más proteínas si en ella se realizan cultivos vegetales para consumo humano en reemplazo de alimento para ganado. Hoy en día, en el hemisferio norte sólo el 30% de los cereales se consumen directamente, el 70% restante se utiliza para alimentar animales, mientras que en el sur el porcentaje de consumo directo sube a 85%. La deforestación del Amazonas está en estrecha relación a la necesidad de terrenos cultivables para sostener la demanda mundial de soya para forraje. Si fuésemos eficientes en mantener una proporción inteligente de superficie de cultivo v/s proteinas generadas, muchos bosques aún existirían.
¿Y que hay de la huella hídrica?. Para producir 1 kg de bistec requerimos 15.500 lts de agua!. En el cálculo se estima que la mayoría del agua se va en producir el grano y los pastos que servirán para alimentar la res y el resto para consumo directo del animal a lo largo de sus, más o menos, tres años de vida media que terminará en unos 200 kg de carne sin hueso.
No quiero seguir bombardeando números, lo importante es dimensionar con esta pequeñísima muestra lo contaminante que es nuestra cultura carnívora, sobretodo considerando que no he abordado en profundidad temas como la erosión del suelo por la difusión de plaguicidas y fertilizantes que derivan de la ganadería intensiva, que las vacas europeas se alimentan con pescado de Perú o Soja de Brasil para luego volver al tercer mundo en forma de productos derivados, etc., etc., etc.)
En conclusión, una dieta sustentable debiera reducir drásticamente el consumo de carnes (y no consumir de ganadería intensiva) buscando mantenerse lo mas abajo posible en la cadena trófica, comiendo verde, rozando la tierra.
Enlaces: Una vida conectada 1 y 2 (YouTube)
PD: La mayoría de las cifras fueron sacadas del estudio de Jorge Riechmann “Dos cuestiones de ética aplicada: comer carne y desplazarse en automóvil privado”, publicado en su libro “Un mundo vulnerable“.