En estos tiempos en los que compartimos información en redes sociales 24/7, personas comunes y corrientes han pasado a convertirse en una especie de dioses, especialistas en política, moda, salud, belleza y cualquier otro ámbito que podamos imaginar. Los llamados influencers han pasado a ser líderes de opinión que nos muestran el mundo a su manera.
Pero entre la monetización de sus contenidos y la sed por obtener likes, terminan olvidando la responsabilidad que tienen frente a los usuarios de redes sociales.
En los últimos días un sin fin de influencers han sido blanco de críticas por sus desatinados comentarios con respecto a los movimientos sociales y la crisis de salud que se vive en el mundo.
Algunos de ellos se han convertido en activistas de la noche a la mañana, hablan desde su privilegio, sin tomar en cuenta la realidad que hay afuera. Buscan la aprobación de su público pero olvidan que ser influencer va más allá de eso.
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Recientemente la actriz e influencer mexicana, Gisselle Kuri, publicó un video en el que graba las protestas en Estados Unidos desde su apartamento en Los Ángeles, demostrando una falta de entendimiento ante el movimiento.
Enseguida surgieron un sin fin de publicaciones viejas que ella misma compartió, donde imita a las personas afrodescendientes y se burla de las «cholas».
https://twitter.com/harrytempofix/status/1267972457568165888?ref_src=twsrc%5Etfw%7Ctwcamp%5Etweetembed%7Ctwterm%5E1267972457568165888&ref_url=https%3A%2F%2Feldeforma.com%2F2020%2F06%2F03%2Fgisselle-kuri-twitter-blackouttuesday-protestas%2F
En su momento, Juanpa Zurita también publicó que «siendo de otro país» no podía entender del todo la situación que se vive en Estados Unidos porque ·en México no hay ese tipo de cosas». Durante la crisis por el terremoto que sufrió la Ciudad de México y otros estados en 2017, inició un movimiento para recaudar fondos pero nunca fue claro con los avances, lo cual provocó que muchos cuestionaran sus intenciones.
La actriz Bárbara de Regil también ha sido muy criticada por sus consejos nutricionales así como por incentivar a llevar una vida fitness, sin tomar en cuenta que no se puede implementar las mismas condiciones para todos.
Por supuesto, este es un fenómeno global. En 2018, el influencer estadounidense, Paul Logan tuvo la «ocurrencia» de reírse de un cuerpo en el llamado «Bosque del suicidio», en Japón. Le pareció que era una buena idea compartirlo en sus redes ya que eso haría que sus números subieran hasta el tope. Un año después, creó un challenge que indignó a la comunidad LGTB al invitar a sus seguidores a «convertirse en homosexuales solo por un mes».
El influencer venezolano Soy David Show, pensó que sería muy divertido romper la cuarentena para ir por una pizza congelada al supermercado, sabiendo que era portador del Covid-19.
La lista es larga e incluye royals, mandatarios y por supuesto, cientos de gurús de belleza y health coaches cuyos contenidos circulan todo el tiempo en redes sociales.
Ahora es tan fácil tener una cuenta de Instagram o un canal de YouTube. Cualquier persona con Internet y habilidades para expresarse, sólo basta tener un cierto carisma y simpatía, además de verse bien. ¿Y el contenido? ¿realmente saben de lo que hablan? ¿en verdad son capaces de emitir opiniones, fuera de su privilegio?
Los influencers olvidan que tienen responsabilidades frente a su público, no sólo con las marcas con las que tienen que cubrir ciertos contenidos para seguir generando ganancias.
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Quizá para ser un influencer no se necesita tener un doctorado en ciertos temas pero sí tener cierto conocimiento, sentido común y empatía para emitir comentarios y publicar contenidos. Al ser figuras públicas, todo lo que digan o hagan tiene un mayor peso.
Así como aplaudimos a quienes ofrecen calidad, es importante cuestionar a quienes tienen más poder del que deberían. Al final, el poder de estos influencers depende qué tanta atención les prestemos por ello, es importante ser cada vez más críticos hacia lo que consumimos.
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