Apenas dos años habían pasado del fin de la Segunda Guerra Mundial, que dejó en ruinas y hambruna a Europa, cuando se realizó la boda de la entonces princesa Elizabeth con Felipe de Edimburgo. Por ello, la monarca inglesa debió ahorrar para lucir su majestuoso vestido de novia, pero más esfuerzo requirió obtener los ingredientes necesarios de su imperial pastel.
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La escasez de alimentos era una de las consecuencias de la postguerra y Reino Unido no escapaba de esta realidad. De hecho, sus ciudadanos tenían una libreta de racionamiento, que controlaba cuánta comida recibían porque simplemente no tenían.
Ayuda en camino
Bajo este terrible contexto, la reina Isabel halló en las niñas Scouts de Australia unas aliadas. Las jovencitas reunieron muchos de los ingredientes principales de la tarta: leche, mantequilla y azúcar, que en Inglaterra eran un tesoro.
Meses antes de la boda, celebrada el 20 de noviembre de 1947, enviaron el cargamento que finalmente sirvió para hacer el llamado pastel de las diez mil millas, porque además fue hecho con fruta seca, llevada desde la misma Australia; ron y brandy, de Sudáfrica.
Pastel real
La ilusión de los ingleses con su futura reina desató la euforia por su boda, tanto que muchos enviaron al Palacio de Buckingham sus cupones de consumo. Pero la princesa los devolvió por correo pues eran intransferibles.
Finalmente la buena voluntad de sus súbditos le permitió a Isabel II segunda tener un enorme pastel de 200 kilos, en cuatro pisos y que el príncipe Felipe cortó con su espada. La torta fue repartida entre los 2000 invitados al matrimonio, algunos la conservaron hasta el día de hoy para hacer fortuna subastándolas.
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El año pasado, al cumplirse el 70 aniversario, un grupo de pasteleros encabezados por la famosa chef Julie Walsh replicó el pastel como un regalo a la reina.
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