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Por Fabiola Aburto Prieto
Los amores imposibles, prohibidos, idealizados o virtuales pueden transformarse en verdaderos secretos familiares, afectándonos en distintas fases de nuestro desarrollo como personas adultas. ¿Somos todos propensos por igual a este tipo de relaciones? Al parecer no. Según la sicóloga y terapeuta de familias y parejas Susana Muñoz Aburto, directora de Serbal Centro de Desarrollos Sistémicos, tendrían mayor predisposición a vivirlos aquellos que han crecido en sistemas familiares en donde el «ser para otros» es lo más relevante. «Plenos de autoexigencias, han construido su imagen de sujeto y familia de acuerdo a las expectativas que se tenían de él o de ella… De esa manera han desarrollado gran habilidad y eficiencia en el ejercicio de los diversos roles. Sin embargo, no se sienten ‘felices’. La construcción y mantenimiento de una imagen pública prevalece sobre las vivencias y búsqueda de la intimidad en sus propios mundos privados», explica la sicóloga.
Estos amores románticos o prohibidos a menudo se asemejan más a un sueño, como si fuese la historia de otro, y no la propia. Y el recordarla nutre, alegra y muchas veces proporciona un foco de sentido a esa vida personal o familiar enfocada en lo que «debe ser», generalmente siguiendo patrones sociales.
Así ha sido, por ejemplo, para Gloria Hidalgo, quien por dos años ha vivido un amor secreto o clandestino. Al hablar de él lo hace con emoción, y su rostro se ilumina. «Ha sido muy importante, porque me ha hecho vibrar. Cuando nos veíamos o escribíamos, yo sentía esa conexión fuera de lo común». Pero esta emoción no era el único sentimiento presente; también la rabia y la culpa. «Rabia con mi pareja estable, porque no me decía nada; pensaba ‘me tiene al lado y no pasa nada’. Buscaba esa misma conexión con él y no la encontraba. Creo que la razón eran mis hijos; me imaginaba lo feo que era que su mamá estuviera mirando a otro». La culpa, explica Susana Muñoz, aparece como una sombra en la distancia, que no logra tocar la vivencia ni influir en el curso de esta relación que, a menudo, se inserta en un espacio de atemporalidad.
¿Cómo se puede mantener una historia que no es una relación como tal? Para Gloria fue complejo. «Me ayudó estar en un grupo de coaching y mi sicoterapia. Yo misma me negué a la posibilidad de pasar a algo más, porque por un lado quería estar con él, pero por otro no». En cierta manera fue como vivir un duelo, aunque después vino uno más profundo; él murió inesperadamente en un accidente automovilístico. «Hoy siento una pena honda, no podía creer que hubiese muerto. He estado triste porque no me pude despedir, ha sido muy duro».
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SÓLO MOMENTOS
Hay más ejemplos. Parecen una pareja cualquiera sentada en un café conversando; sin embargo, ella y él han viajado kilómetros desde sus respectivos países para encontrarse sólo por algunas horas, compartir y vivir un par de días y noches de intimidad. Es un acuerdo esto de juntarse una vez cada tanto, en el mismo sitio, para luego cada uno seguir con sus vidas habituales. Suena como el guión de una película o la trama de un libro, pero no es ficción. Ellos viven un amor que sólo tiene ese espacio y ese momento, luego sólo queda el recuerdo y la nostalgia.
Lo curioso es que son relaciones amorosas que sus protagonistas no catalogan como infidelidad; para ellos son profundas, amores románticos, clandestinos, del que sólo unos pocos se enteran y que aparentemente no impactan en sus respectivas vidas familiares y de pareja en las que se desenvuelven formalmente. «Clandestino implica oculto de lo público», dice Susana Muñoz. «Ocurre en una dimensión distinta, en una suerte de aislamiento en la que sólo cabe esa historia y donde ambos protagonistas sienten que son auténticos, sin puentes hacia la cotidianidad. Son como vidas secretas que no se simbolizan en el lenguaje, porque expresarlo implicaría lesiones o daños a terceros, y un atentado a la imagen que la persona tiene de sí».
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